Viernes, 03 de Mayo 2024

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"Vida en Nueva York" (Parte II)

Por: Carlos Enrigue

"Vida en Nueva York" (Parte II)

Como en toda narración, decía el tío que había varias versiones. Él opinaba que la historia es la ciencia por la cual se determina que todo lo que uno sabía como verdadero no era cierto, porque es evidente que la verdadera historia no se ha escrito nunca en ningún lugar de este planeta ni de otros mundos cercanos; las opiniones que prevalecen por lo general son acorde a los intereses de quien la escribe o de quien paga para que escriban. El hecho es que nadie duda que el impúber era un bombón y algunos afirman que el joven era quirruris del emperador, otros dicen que nada más lo quería mucho y otros dan una más improbable, pues afirman que le era inclusive, o sea que le valía madre. 

El hecho es que el muñecazo murió, probablemente porque no sabía respirar debajo del agua, eso a pesar de estar tan guapo; los historiadores por su parte dijeron, unos, que lo ahogaron, aunque no dicen quién, porque algunos historiadores chismosos (que también los hay), dijeron se trataba de un crimen pasional. Otra teoría, muy popular es que el galán se suicidó porque no aguantaba el terrible acoso de que era objeto por parte de Adriano y de cuatrocientos treinta y ocho miembros de la comitiva de aquel, sujetos que parecían tenerlo como cabrito al pastor, ya embarillado. Una última teoría, quizá la menos cierta, aunque muy probable, decía que se cayó por pendejo y se ahogó. 

No quiero ni contarles cómo fue el drama, enfatizaba el tío engolando la voz, el emperador Adriano, mirándose en el río, lloraba hecho una magdalena, no quería ni hablar con sus ayudantes, cuando estos acudían a llevarle noticias, estaba tan desolado que no los dejaba terminar y rápido los mandaba a la chingada. 

De pie, metido en el agua de tanto llorar, a Adriano le salió musgo y sintió que podía convertirse en junco y permanecer unido a su papirrín. Duró varios días en el agua hasta que sus ayudantes lo sacaron a la fuerza, le dieron una docena de cachetadas guajoloteras y lo tallaron con piedra pómez para quitarle el musgo que traía pegado, le dijeron que se portara como los meros machos. Sin duda que obedecer fue terrible para el sujeto, quedó como domador después de que se lo tragaran los leones: hecho pedazos.

Esta larga narración servía al tío para probar su punto. Decía que gracias a la belleza del muchacho, el emperador romano demostró su cariño a éste y auténticamente llenó el territorio del imperio con esculturas del bello rostro y cuerpo del ahogado, tantas que no podrá usted entrar a ningún museo de Europa, de Atenas a Noruega, de Madrid a Moscú, de los Balcanes a Bruselas y en todos los puntos intermedios, Autlán incluido, sin encontrarse con una de estas esculturas. Un amor que ha sobrevivido veinte siglos, superando a Abelardo y Eloísa, Romeo y Julieta, al de nuestro señor don Quijote y Dulcinea del Toboso, y al de Pedro Infante y Lupita Torrentera.

@enrigue_zuloaga
 

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