¿Cuánto vale la experiencia de uno para elevarla al rango de diagnóstico de la sociedad entera, de la vida en las ciudades que la contienen? De uno en tanto la aritmética: la unidad; uno en tanto el que escribe: yo. No vale más que eso: uno en medio de millones, diferenciados por la distinción territorial que no se puede obviar: Guadalajara, Zapotlán, Puerto Vallarta, Tepatitlán; y uno que, sin empacho, desde sí mismo expone opiniones con tono dogmático y suficiencia, o cuando menos así pueden decodificarse por otras una, por otros uno, sujetos cuyas experiencias son igual de válidas para entender la manera en que un individuo percibe su vida en comunidad, pero igual de inválidas como evaluación de los modos de vida de la sociedad toda.Viernes 25 de septiembre de 2025, 7:15, arribo a las fueron las afueras de Puerto Vallarta, en la proximidad del aeropuerto. Obras públicas que tienen meses y meses y la constante mala planeación, complejizan el tránsito en un área metropolitana que abarca dos municipios, de dos estados: Puerto Vallarta, Jalisco, y Bahía de Banderas, Nayarit. Esa mañana (pero así son todas, como al medio día, como al anochecer) por alguna razón parece que toda la gente con un vehículo motorizado se concentró en ese punto y hasta el fin del terreno del aeropuerto -a cuya vera, por cierto, no hicieron banquetas-, motocicletas, transporte urbano, de pasajeros, tráileres, coches… en cantidad inacabable. En el sitio en el que abruptamente desemboca la flamante autopista, el destino está a nueve kilómetros, llegué, piensa uno, el que escribe. No, faltaban una hora y quince minutos. De acuerdo con la fórmula de la física: velocidad promedio igual a distancia sobre tiempo, con los datos se expresa así: 9 km sobre 1.25 horas, igual: 7.2 km/h. Dan ganas de llorar en el Boulevard Francisco Medina Ascencio ante las señales que indican 50 máxima; para la contaminación y la pérdida de tiempo no hay letreros que digan cuánto es lo mínimo aceptable, también dan ganas de llorar.Viernes 5 de septiembre de 2025, a las 15:00, arribo a lo que fueron las afueras de Guadalajara: La Venta del Astillero. Viernes 5 de septiembre de 2025, a las 17:30, cruzar por delante de Rancho Contento, aproximadamente a siete kilómetros de La Venta. De acuerdo con la fórmula ya referida: v= 7 km sobre 2.50 horas, igual a 2.8 km/h. La que debemos multiplicar por cientos, ¿miles?, de vehículos, desde autos pequeños y camiones de pasajeros, hasta tráileres con doble caja, soltando con denuedo toneladas de bióxido de carbono y gases tóxicos que lo acompañan, digamos dióxido de azufre para los motores que queman diésel. La causa: un choque, por alcance, de más cinco vehículos, perfectamente alineados en uno de los carriles de la que fue carretera y hoy es lugar de trabajo para ajustadores de las compañías de seguros. ¿Alguna autoridad a la vista para solucionar el caos de tráfico y el desastre medioambiental? No. Aunque durante las dos horas y media de trayecto se abrieron paso por entre los dos únicos carriles muchos vehículos con lujo de sirenas y luces: algunas ambulancias, camionetas de bomberos forestales, una pick up con el distintivo del Instituto de Ciencias Forenses, no pocas de la policía municipal de Zapopan, y cinco o seis con luces intermitentes y sirenas, sin distintivo, y tras de ellas, tres, sin el ulular y sin faros destellantes, pero con vidrios opacos, negros. El civismo de la multitud ensardinada en sus vehículos se las ingenió para abrirles espacio. El lentísimo avanzar, complementado con su urgencia expresada en los “códigos” y en sus sirenas, y el que eran muchas, hizo temer lo peor: hubo un golpe de estado en Jalisco. Pero no, fue simplemente el abuso de poder en el que incurre cualquiera que usa un transporte oficial. Saquemos del juicio a las ambulancias, que quizá ya habían hecho su labor para cuando uno, el que tecleó este texto, pasó por el sitio del accidente, de los demás, combatientes de incendios, camionetas ululantes pero inidentificables y las silentes misteriosas y de las de las policías municipales, no había rastro. Lo obvio, por cotidiano: ninguno de los que tanta prisa tenían se acomidió para dar celeridad al desatasco o ayudar a las víctimas. Si nos alejamos de la bien ganada desconfianza en las autoridades, concedamos que tenían casos más importantes por atender, pero si nos atenemos a lo habitual, seguramente querían demostrar que los únicos que deben apechugar con los contratiempos consustanciales a la vida de una urbe mal planeada y peor gestionada, son las y los ciudadanos, quienes tienen poder gozan de privilegios. Ya sabemos que golpe de estado no hubo; y de ninguna manera uno sugiere que ya va siendo hora, y aunque así fuera, es apenas el parecer de uno.Si nos asimos al tic que está de moda entre los codiciosos frecuentes y el de los gobernantes que hacen del cortoplacismo su coto para la historia con hache mayúscula que suponen están escribiendo, toca exigir: ¡segundo piso en Puerto Vallarta! ¡Segundo piso de La Venta a la Minerva! Y que se anoten las ciudades que se enfrentan con que ya no son gobernadas para la buena calidad de vida, ni para propiciar comunidades solidarias, empáticas y prósperas; no, hay que gobernarlas para que quepan más vehículos motorizados individuales, moviéndose, pero principalmente estáticos. Cada una, cada uno al volante de un coche, desesperado, enojado, presto a volverse uno, para conjugar su vida y diagnosticar la de todos desde yo, como describió E.M. Cioran en Historia y utopía: “Expresaba simplemente lo que todo hombre que ama a su país desea en el fondo de su corazón: la supresión de la mitad de sus compatriotas”; al cabo, reflexiona en el mismo ensayo, “Esta ciudad, que yo no cambiaría por ninguna otra, es, por la misma razón, la fuente de mis desgracias”.agustino20@gmail.com