Martes, 21 de Mayo 2024

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Un ramo de rosas rojas y amarillas

Por: Rosa Montero

Un ramo de rosas rojas y amarillas

Un ramo de rosas rojas y amarillas

Deberían erradicar de una vez las actitudes machistas que aún perduran en el mundo militar; los acosos de todo tipo

Al universo le gusta la redundancia. Por eso suceden cosas como el famoso efecto Mateo, basado en la parábola de los talentos del Evangelio (“porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”), que sirve para describir la facilidad con la que los ricos ganan más dinero y los pobres se hacen aún más pobres (sí, es una parábola de lo más desagradable). O como las rachas de mala suerte, que han dejado huella en el refranero: no hay dos sin tres; cuando llueve, diluvia; o esa frase desesperada y políticamente incorrecta: pongo un circo y me crecen los enanos.

Pues bien, a los españoles ahora nos está creciendo de todo. Al azote del coronavirus se suma una economía especialmente afectada por nuestra dependencia del turismo, y un ambiente político irrespirable gracias al sectarismo malaje que solemos cultivar por estas tierras. Y a última hora, para rematar, hemos añadido unos casposos ruidos de sables, militares haciendo el saludo nazi o diciendo barbaridades, rancias noticias que parecen venir del Pleistoceno.

En noviembre de 1982 cubrí el primer viaje de Juan Pablo II a España. Un montón de periodistas le seguimos en una agenda extenuante que, entre otros lugares, pasaba por Ávila, Segovia y los santuarios de Guadalupe y de Loyola. Varios desplazamientos los hicimos en un helicóptero del Ejército, un Chinook como los que salen en la película Apocalipsis Now. Fueron viajes complicados y difíciles, sobre todo en el crispado País Vasco: aquel año ETA asesinó a 41 personas.

Cuando íbamos a ser trasladados por última vez en el helicóptero, se me ocurrió que podríamos tener un detalle con los soldados que nos habían estado llevando y trayendo. Propuse regalarles un ramo de flores, una idea que algunos compañeros periodistas rechazaron, porque se negaban a confraternizar con los militares. Era comprensible: sólo había transcurrido un año desde el traumático intento de golpe del 23-F, y no sólo desconfiábamos del Ejército, sino que le teníamos bastante miedo. Pero por entonces todavía vivíamos en las postrimerías de ese paréntesis de esperanza y de generosidad, insólito en nuestra historia, que fue la Transición. Queríamos de verdad construir un país nuevo, y estábamos dispuestos a arrimar el hombro. Así que terminé convenciendo a los periodistas reacios de que el futuro era cosa de todos y de que el movimiento se demostraba andando. Compramos un gran ramo de rosas rojas y amarillas, y se lo dimos al joven oficial que estaba al mando (¿un teniente?), que se quedó sin habla y patidifuso. No creo que le hubieran regalado flores en su vida. Habíamos empezado aquel viaje llenos de silencios rencorosos por ambas partes, y lo terminamos amigablemente y con respeto.

Desde entonces han transcurrido casi 40 años, y la imagen de los militares y su relación con la sociedad han cambiado por completo. Hoy tenemos un Ejército profesional, moderno y democrático del que podemos enorgullecernos por sus misiones humanitarias o por el gran trabajo que ha hecho durante la pandemia. Ahora bien, esa confianza y ese afecto son un logro que ha llevado muchos años construir; quiero decir que ellos deben ser los primeros interesados en limpiar unos focos residuales de impresentables que estoy segura de que son mucho menos relevantes de lo que quieren aparentar. Y, de paso, también deberían erradicar de una vez las actitudes machistas que aún perduran en el mundo militar; los acosos de todo tipo, sexuales o laborales, que se ejercen contra las mujeres dentro del Ejército, y que por desgracia todavía son demasiados (Diario16 ha publicado en los últimos años numerosos casos sangrantes). La reciente condena a cuatro años de cárcel del teniente paracaidista Fernando Corona, que de 2014 a 2016 convirtió en un infierno la vida de una subordinada suya (con tocamientos, masturbándose delante de ella, etcétera; la soldado ha sufrido un trastorno de ansiedad postraumático con tratamiento psiquiátrico y dos años de baja) es un alentador comienzo. Ojalá el Ejército aproveche el momento para fulminar a todos esos miserables que ensucian su imagen. Porque me gustaría seguir queriendo regalarles ramos de rosas.

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