Domingo, 16 de Junio 2024

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Un país para mientras llegan las elecciones

Por: Augusto Chacón

Un país para mientras llegan las elecciones

Un país para mientras llegan las elecciones

Los partidos políticos, los grupos atomizados dentro de los partidos políticos, las camarillas satélites de los partidos políticos y de sus grupos, los medios de comunicación y los poderes fácticos, los evidentes y los que nomás se intuyen, están preparándose para las elecciones, las que sucederán en calidad de propedéutico (en el Estado de México y en Coahuila en 2023 y las de 2024), las más grandes, las más caras, etc., y pueden añadirse las hipérboles que a juicio de cada quien quepan, por ejemplo: las más atendidas e intervenidas por el crimen organizado. De todo esto, el hecho a colocar en la superficie es que la mayoría de los recursos económicos para que esa preparación sea eficaz salen del erario de los tres órdenes de Gobierno, y de la economía que prescinde de los registros fiscales, es decir: directa o indirectamente los pagamos todos, sin distingos de género. 

Tal vez tendríamos que preguntarnos ¿la gente está preparándose para lo mismo? Antes de responder, vale la pena enfocar un poco la expresión “la gente”, para no incurrir en una generalización del tipo de las que se valen los incluidos en el párrafo inaugural para no molestarse en pensar. Al decir “la gente” lo responsable es considerar que hay entre ella cien mil personas, con datos oficiales, que están en calidad de desaparecidas, más sus familiares y cercanos. Si usamos los datos de Coneval para saber a cuántos de “la gente” abarca la pobreza en México, los de 2020 (no hay argumentos para suponer que en 2022 se redujo la cantidad), 43.9% son pobres y 8.5% se debaten en la pobreza extrema, ambos porcentajes equivalen a decir: uno de cada dos. De la encuesta reciente del Inegi sobre seguridad urbana, levantada en 75 ciudades de la República, 64.4% dijo que es inseguro vivir en ellas; vista por género, 70.5% de las mujeres opinaron eso, 57.2% de los hombres. Y podríamos continuar con otros ángulos negros y grises de la vida en México: salud, educación, alimentación, y ponderarlos con las particularidades regionales. Es mucho lo negativo con lo que hay que bregar de familia en familia, de comunidad en comunidad, además de gozar lo que sí hay de bueno, como para suponer que, más allá de lo que implica comentar lo que las y los actores de la política profesional hacen y dicen, “la gente” está preparándose para las elecciones.

Y ¿el interminable proceso electoral es parte de la solución a los problemas que padecemos? Porque a lo mejor “la gente”, sumida en sus tribulaciones cotidianas, se está perdiendo de la posibilidad de intervenir en hechos políticos trascendentales para que sus tribulaciones lleguen a una dimensión más manejable; digamos el hambre, el miedo, la pobreza y el limitado acceso a ejercer derechos. El discurso de los contendientes, su tenacidad para descalificar al rival -cada vez más violenta y cínicamente- y su mero enunciar generalidades en las que casi nadie ve reflejadas sus preocupaciones (menos sus anhelos) no admiten sospechar que en ellos está como prioridad hacerse cargo de realidades distantes a las suyas. Por ello parece pertinente que cada cual, entre “la gente”, se ocupe de lo que considere prioritario, el juego de las y los políticos queda en carácter de distracción.

Pero entonces ¿que se mantenga el estado de cosas? Y no sólo: ¿que se mantenga el nivel de gasto que el juego de los políticos entraña? Tomemos de muestra el costo de que el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, esté dedicado exclusivamente a lo electoral, y no en un sentido amplio, como correspondería, sino a las elecciones en su calidad de aspirante, con los gastos pagados y desatendiendo las materias que son su responsabilidad, lo que añade un costo que asimismo va a la cuenta de “la gente”. Sí, es imperativo cambiar el estado de cosas, por los resquicios que el banal juego político y el entendible desinterés de “la gente” han dejado se coló un militarismo que anuncia perjuicios para la libertad, para los derechos humanos, para la seguridad; también ganó espacio la noción de que lo útil para gobernar es la reinstalación del viejo autoritarismo: aún más despreciativo del marco legal, aún más patrimonialista en cuanto al uso privado de lo que debía ser común, aún más obvio respecto a extender la duración del régimen en turno; asimismo se filtró el desprecio institucional -que ya existía aunque no tan flagrante- por el medio ambiente, por las mujeres, por la educación, por los servicios públicos de salud, por la idea de gobernar para todos.

Así: para qué sirve que los partidos se estén preparando para las elecciones, o que la lógica que prime en la función y el servicio público sea la electoral. Para qué sirve que los noticieros se concentren en que si todos contra uno, y en ese uno declarando que esos todos le hacen los mandados. Para qué sirve que las ajenas, los ajenos al reparto del botín se desentiendan de eso, de lo que sucede en la cueva de Alí Babá. La respuesta no está en enunciar una receta, sería inútil si el diagnóstico no se comparte y unifica a una mayoría alrededor de una exclamación y sus variantes: ya estuvo suave.

Por lo pronto, deslicemos un germen de certeza: gane quien gane en 2024 poco de lo sustancial cambiará, en el buen sentido, si nos mantenemos propicios para que prevalezcan las condiciones que nos han colocado en la falacia de que lo democrático, lo socialmente adecuado, es que unos, a costillas de “la gente”, estén permanentemente preparándose para las elecciones, y que el resto nomás las aguarde como una fatalidad, dulcificada con destellos de esperanza, cada vez más tenues. 

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