Viernes, 26 de Abril 2024

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U. de G.: diez y nota

Por: María Palomar

U. de G.: diez y nota

U. de G.: diez y nota

Fue impecable de principio a fin la vacunación de adultos mayores en el CUCEI de la Universidad de Guadalajara el martes 30 de marzo. Paradójicamente, le sufrieron más (aunque no tanto, sólo en términos de una espera más larga) los que llegaban en automóvil, porque había gran cola y tenían que entrar y estacionarse, etc., que quienes iban a pie. Éstos pasaban sin problema y milagrosamente a media mañana no había cola en la banqueta, que además está sombreada. Sólo tenían que enseñar los papeles y, de no tenerlos, que se hiciera ahí la inscripción.

Aunque de esa entrada al gimnasio donde se hacía la vacunación no hay más de cincuenta pasos, había un pequeño vehículo para llevar a quienes tuvieran dificultades, y por supuesto muchos voluntarios para empujar las sillas de ruedas, que una vez dentro del gimnasio tenían su propia hilera a un lado de las muchísimas sillas, bien dispuestas y espaciadas en filas de veinticinco, que ocupaban la cancha. Un número impresionante de estudiantes voluntarios, identificables por sus camisetas, asistían al personal médico, de estricta bata blanca; organizaban, revisaban papeles, tomaban nota, todo con orden y celeridad, y también con educación y amabilidad para con los viejos, viejitos, vejetes y demás asistentes en distintas fases de decrepitud. Por supuesto, todos los jóvenes llevaban tapabocas y gafetes de la Universidad. También había personal de la policía del estado.

Los gimnasios suelen ser ruidosos por grandotes, y en el del CUCEI además había un “animador” que, desde la gradería, invitaba a los provectos a mover los brazos y hacer un poco de gimnasia durante la espera de antes y después de la inyección. Lo que en un principio parecía molesto por ruidoso, acabó siendo grato y divertido, porque a la hora de poner música guapachosa recorrían la cancha algunos jóvenes al ritmo de la música; una chica muy guapa, con su camiseta anaranjada de los Leones Negros, acabó bailando con un vejete verdioso que lo hacía muy, muy bien. No se podían ver las sonrisas de todos los embozados, pero el ambiente era muy grato.

Un número impresionante de estudiantes voluntarios, identificables por sus camisetas, asistían al personal médico, de estricta bata blanca; organizaban, revisaban papeles, tomaban nota, todo con orden y celeridad

Tras la primera etapa de verificación de datos y apuntes rápidos por parte de los muchachos, empezaban a recorrer las hileras en perfecto orden una serie de carritos con la hielera de las vacunas y varios vacunadores, que terminaban en un santiamén con cada fila. Tras el piquete y el algodoncito para sobarse, recibía el vacunado una etiqueta donde decía a qué hora precisa le habían puesto la dosis y cuándo, media hora exacta después, podía salir. Cuando se cumplía, una amable muchacha advertía que “ya pueden retirarse”: todo el asunto se llevó menos de una hora.

Sólo a la salida se divisaban un par de ejemplares zotacos de los chalecos pardos de siervos del altiplano (que afortunadamente no hacían absolutamente nada), y un par de soldados con brazalete del Plan DNIII que platicaban muy tranquilos.

Nuestra benemérita y bicentenaria Universidad de Guadalajara merece todas las felicitaciones y calificación summa cum laude, del Rector para abajo.

Anima y reconforta, en medio de la zozobra y el caos generalizados en el país, constatar que hay aquí una institución poderosa, responsable y eficaz, que pese a las criminales necedades federales puede entrar al quite para defender a los jaliscienses.

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