Vivimos en medio de acontecimientos inéditos en la historia de la humanidad.Hechos y circunstancias inimaginables hace algunos años forman parte de nuestra experiencia cotidiana.Temores y acechanzas que solo encontrábamos en las novelas de ciencia ficción hoy son, aunque no tengamos total conciencia, parte de nuestra vida diaria.Nuestra exposición a riesgos antes lejanos está presente y puede afectar nuestras relaciones en todos los órdenes. Llámese Coronavirus o disrupción climática.Filósofos, sociólogos, antropólogos, politólogos, historiadores, comunicadores y cualquier persona, como consecuencia de la masificación del conocimiento y de la información indiscriminada, disponen de elementos para reflexionar sobre cualquier asunto.La elucubración dejó de ser espacio exclusivo para los intelectuales. Las preocupaciones de grupos pequeños de personas ilustradas y preparadas para discurrir, analizar, debatir y opinar sobre temas como el porvenir, hoy son compartidas por millones de seres humanos al margen de nacionalidad, grado académico, creencia religiosa, condición social, edad o género.Unido a lo anterior, hay un evidente crecimiento de la inteligencia. Los niños y los jóvenes tienen mayor capacidad intelectual y han desarrollado aptitudes, habilidades y destrezas que para nosotros, los de cierta edad, se vuelven inalcanzables.La agenda mediática, integrada por lo que podríamos considerar temas recurrentes: la pobreza, la desigualdad, la corrupción, el abuso de los poderosos, la injusticia, la prevaricación y otros, ha sido alimentada con ítems incorporados por las nuevas generaciones y tienen que ver con el planeta que les estamos heredando.Temas como la sustentabilidad alimentaria, la depredación e incendio de selvas y bosques, el abuso de nuestros acuíferos, el gasto en la investigación y fabricación de armas cada vez más destructivas para el sometimiento de aquellos que no coinciden con el pensamiento o los intereses de los poderosos; el reemplazo de la mano de obra por robots y el impacto que tendrá en la economía, la inteligencia artificial, el ejercicio de derechos de las personas para decidir sobre cómo vivir y vestir, la adaptación a las nuevas formas de comunicarse, el agotamiento de las fuentes de energía tradicionales y el riesgo de pandemias son entre muchas, algunas preocupaciones sobre las que tenemos que reflexionar y acordar si no queremos que la realidad nos sorprenda.Valdría la pena estimular la integración de círculos de reflexión en los que personas de distinto origen, formación, edad y visión de la realidad, incluso con diferencias religiosas e ideológicas, coincidan para construir hipótesis y sugerir medidas sobre el futuro de la sociedad y sus integrantes.Solo haciendo de la discusión civilizada una práctica cotidiana podremos aprender a construir consensos que nos lleven a acciones que den certidumbre a nuestras vidas.Los riesgos que entraña el futuro exigen trabajar coordinadamente en términos de complementariedad, aceptando que lo diverso, lo diferente, puede ser el camino para resolver los enormes retos que nos depara el porvenir.La semana pasada nos dejó experiencias que debemos analizar, procesar y aprender, no las tiremos por la borda. O construimos un mundo para todos o el desastre nos llevará al holocausto.