Hay la realidad de la violencia desatada, de la que son parte la percepción de inseguridad y la desconfianza. Hay la realidad de los datos económicos del desempeño general del país, contrapuesta con la realidad de las finanzas personales, que incluye las de quienes sobreviven con menos de cuarenta pesos al día. Hay la realidad que nace, se reproduce, muere y renace y vuelve a nacer reproducirse y morir en los discursos de los políticos, tengan mando público o sin él, en un ciclo que puede cumplirse en un día, en semanas o en horas. Y de entre la realidad que es parte del juego por el poder hay otra, cada vez más mentada: la de aquellos que son descritos, calificados, justificados como “animales políticos”, actualmente casi todos son hombres, aunque por ahí anda, es ejemplo, Elba Esther Gordillo.Alcanzan para idear un bestiario. Tal vez resulte excesivo el término por su tufo a insulto, pero emplearlo es inevitable, delinea y califica la acumulación creciente de “animales políticos” que en los diarios se mencionan. Al grado que podríamos, si quisiéramos, emular a Juan José Arreola con su Bestiario, del que un anónimo redactor de la presentación de una de sus ediciones anotó: “Tomando como punto de partida los bestiarios medievales en los que con espíritu científico se catalogaba y describía la fauna existente (y la legendaria), Arreola nos expone en Bestiario su particular colección de animales que, a través de su versión poética e irónica, también le sirve para examinar al ser humano.” Ironía y poesía. Arreola en el prólogo a su zoológico de papel da demuestra: “Saluda con todo tu corazón al esperpento de butifarra que a nombre de la humanidad te entrega su credencial de gelatina, la mano de pescado muerto, mientras te confronta con su mirada de perro.” Páginas adentro refiere de la hiena: “Tiene admiradores y su apostolado no ha sido vano. Es tal vez el animal que más prosélitos ha logrado entre los hombres”, y del león: “Luego devora solitario y lleno de remordimientos los restos de una presa que nunca captura personalmente”. Entonces, es pertinente afirmar que hay la realidad que mana del bestiario que confina a los animales políticos, dicho sea, con todo respeto, para el gran Juan José Arreola.Andrés Manuel López Obrador, Presidente de México, es hoy el ejemplar más vistoso de los distinguidos como animales políticos. Por supuesto, la tentación para escribir una entrada personalizada para rellenar un potencial bestiario no es poca; no lo haremos, pero este rehusar prudencial da pie para hacer un contraste entre los ocupantes del inexistente catálogo que podríamos llamar de la vieja guardia y aquellos de inclusión más reciente: la piel de estos últimos es lamentablemente más sensible, cualquier adjetivo, cualquier descripción, un mero soplo de reprobación, por leves o chatos que sean, los hiere profundamente, reaccionan con encono y les queda una cicatriz indeleble. En cambio, los que tienen su sitio ganado hace más tiempo, saben que ser un animal político conlleva la exposición a todo tipo de miradas y expresiones; quizá, más vivos e intuitivos, conocen, sin ser conscientes de que lo conocen -al modo platónico-, aquello que Borges usó para introducir su Manual de Zoología Fantástica: “Schopenhauer (aún más asombrosamente) diría que el niño mira sin horror a los tigres porque no ignora que él es los tigres y los tigres son él o, mejor dicho, que los tigres y él son de una misma esencia, la voluntad”.Citar a Borges es un buen pretexto para que podamos preguntar sin rubor: ¿hay un zoológico de animales políticos? Al menos uno mental resulta conveniente (y no sugerimos que sus ocupantes no incidan, para bien y para mal, en el suelo, en el aire, en la flora, la fauna y en el paisaje todo de territorios objetivos, es sólo que, al modo de Schopenhauer, ese zoológico que nos contiene a todas, a todos). No obstante, el que le viene bien a esta historia es hipotético y aún así, tiene su ética, organigramas móviles; reglas rodantes según el animal político que las usa; una geografía para permanecer y progresar y tiene inscrita una leyenda en el ubicuo frontispicio: nos reservamos el derecho de admisión.Desde lo anterior es posible esbozar algunas señas particulares de los inquilinos del insinuado bestiario. Si por necesidades del cargo que alcanzaron o que pretenden alcanzar, los animales políticos sienten que es necesario torcer los datos y las evidencias, lo hacen; lo que un día les pareció bueno, al siguiente puede, sin desdoro de su biografía, merecerles asco e indignación; la violencia que mediante sus decires y sus haceres llegan a practicar, no es más que una de las formas de la política, de la suya para lo suyo, pero si alguno de sus rivales la ejerce, idéntica, es por pura inmoralidad, que se basa en otro de los rasgos que los distinguen: la impunidad a toda costa, sustrato vital del tal zoológico que no es. Los animales políticos no necesariamente deben ser eficaces una vez que detentan el mando en cierta instancia de gobierno; para justificar su ineficacia y también los rasgos previos, es bien visto emplear una muletilla al comenzar a narrar sus andanzas dañinas: será lo que digan, pero es un animal político, lo que los coloca, aparentemente, en un limbo, sin bien ni mal y sin castigo. Que cada cual incluya a las bestezuelas que considere merecedoras de un sitio en el bestiario; al cabo, lo hasta aquí escrito no es sino borrador indolente de otra realidad, la fantástica.