Martes, 23 de Abril 2024

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Slim: ¿benefactor de la patria?

Por: Eugenio Ruiz Orozco

Slim: ¿benefactor de la patria?

Slim: ¿benefactor de la patria?

Dios mío, ¿en qué mundo vivimos? Ahora resulta que el principal agraciado de la impúdica transferencia de bienes públicos a manos de particulares, realizada por el gobierno en los años noventa y al amparo de la privatización que transformó a un Estado “rico y obeso” en una entelequia famélica, ha sido señalado por López Obrador y la señora Sheinbaum como benefactor de la Ciudad de México por haberse comprometido a reparar, de su peculio, los daños causados por la incompetencia y corrupción que se esconden en los escombros de la Línea 12 del metro, dicho sea de paso, edificada por una constructora de su propiedad.

Carlos Slim es uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo, cuyo enorme capital se debe a su inteligencia, audacia, conocimientos, tenacidad y también a sus vínculos con los hombres del poder político que le entregaron, casi a título gratuito, una empresa construida con dinero producto del trabajo de los mexicanos: Teléfonos de México, en su momento, reconocido como el mayor negocio del planeta.

El desdoro de quienes deben honrar el servicio público ha llegado a extremos inimaginables cuando, incluso el más alto representante de México -porque eso es el Presidente de la República-, no tiene empacho en cubrir con su manto protector a alguien que en lugar de ser exaltado, debería enfrentar en un tribunal la responsabilidad de su empresa por los daños materiales y la pérdida de vidas humanas que ocasionó el desastre de la Línea 12. Nadie con tres dedos de frente sería capaz de argumentar en contra de que los pobres, los desfavorecidos de la vida, deben ser atendidos prioritariamente, de eso no hay duda: es obligación del gobierno trabajar para reducir las distancias entre los que más tienen y quienes carecen de todo. Sin embargo, lo que causa sorpresa es la incongruencia del Presidente que, en tanto recibe al magnate en Palacio Nacional con alfombras rojas y lo exonera públicamente, se niega a visitar a las víctimas de la Línea 12, señalando que “no le gustan la hipocresía ni las fotos… al carajo ese estilo de hacer política”, aun cuando continúa todos los fines de semana, sin tapujo alguno, en sus giras proselitistas promoviendo su partido pese a los costos que implica la movilización de miembros del ejército para su resguardo.

¿Cómo les vamos a explicar a los jóvenes las incongruencias del gobierno? ¿Cómo los vamos a convencer de que la honestidad es un valor que debemos cultivar? ¿Con qué cara les podemos pedir rectitud y coherencia en el desempeño de sus vidas? ¿Cómo las nuevas generaciones podrían pensar en la política, si no es en términos de latrocinio, abuso, complicidades e impunidad? Tal parece que la silla presidencial mimetiza a sus transitorios ocupantes, igualándolos. Es difícil de aceptar, pero el presidente López Obrador se parece, cada vez más, a algunos expresidentes cuyas frases quedaron para la historia: “José Ramón es el orgullo de mi nepotismo.” (sic), dijo envanecido José López Portillo… ¿Y Pío y Martín?

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