Hace mucho se usaba que las señoras se reunieran en casa de una vecina a coser y, desde luego, a la sana antropofagia respecto de aquellas otras que se habían ausentado precisamente esa tarde, razón por la que la asistencia si no era formalmente obligatoria, sí lo era de hecho, para no caer en la lengua de las vecinas que sí fueran.Mi abuelita acompañaba habitualmente a mis tías Soledad y Austreberta, tenían por costumbre ir a coser a la casa de doña Rebe, agregándose al grupo como de catorce personas que eran habituales, entre las que estaba doña Sara, hermana de doña Rebeca y reunión que era por lo general muy agradable, entre otras muchas razones, porque su esposo don Sixto nunca estaba en casa a esas horas, ya que en aquel hogar y en muchos de la época era vigente la regla no escrita de que “los hombres y la basura, desde temprano a la calle”.La casa donde se celebraba la reunión era antigua, típica de la Guadalajara de aquel tiempo: la entrada a la misma estaba protegida con un cancel de hierro que conducía a un primer patio central que, a su vez, distribuía a las habitaciones, pero en donde se ponía un círculo de sillas y era donde la reunión tenía lugar, solo en muy raras ocasiones se utilizaba alguna habitación.El día de marras resultó que la acostumbrada discreción de don Sixto falló, ya que en ese aciago día el dueño de la casa tuvo a bien recordar a un tío, muy querido para él, que durante la revolución había combatido bajo el mando del coronel Melitón Albañez, a quien gustaba entrar en batalla bajo los acordes musicales de “El guango”.Con los recuerdos de la revolución, ingirió bebidas alcohólicas en cantidades superiores a las sancionadas como usuales y convenientes por la Organización Mundial de la Salud; dicho en otras palabras, el dueño de la casa agarró -por vía de excepción, ya que no era frecuente en él-, una melopea de pronóstico reservado, de esas en que quien se encuentra en tales condiciones termina habitualmente capeado en vasca, con graves problemas familiares y un fuerte arrepentimiento, y esta ocasión no fue la excepción.Llegó el dueño de la casa, dando tumbos y pegando de gritos groseros: “Con cuarenta mil camiones y veinte mil cuzcas, ábranme”. Al escucharlo, mi tía soledad sentenció sobre las personas nombradas por marido: “Ay, qué grupo tan horrible”.Doña Sara, hermana de la señora de la casa y cuñada del gritón, le dijo: “Sixto, ¡vienes borracho!”. No la dejó sin atención y le ordenó: “Ábreme y quítate ya, que tú vales siete tiznadas”.Ante el insulto, doña Rebe le trató infructuosamente de reclamar y el marido le dijo: “Tú vales una tiznada”. Y la señora de la casa, dolida, respondió: “Tú siempre me haces menos”.@enrigue_zuloaga