Dentro de las muchas casas comerciales y establecimientos que eran populares a finales de los cincuenta y principios de la década de los sesenta en Guadalajara, tengo algunos recuerdos especiales que quisiera compartir esta mañana con ustedes mientras disfrutan de su rico café.Sin seguir un orden, como van fluyendo, inicio mi relato con la Mueblería Hernán, ubicada en la esquina de la calle Pedro Loza y Avenida Hidalgo, contraesquina del Palacio Municipal de Guadalajara, en la acera Surponiente.Iba muy seguido a esa mueblería porque mi mamá adquirió un juego de sala completo incluyendo sofás, mesa de centro y mesitas laterales, lámparas y hasta el arreglo floral que estaba en la exhibición cuando lo vio en el aparador, el cual amablemente accedieron a vendérselo pese a que cumplía funciones meramente decorativas. El personal era muy educado, muy atento.Las razones de mi asiduidad obedecían a que cada semana mi mamá llevaba el abono, porque esta negociación que tenía artículos de buena calidad y con precios accesibles le abrió un crédito para que, a través de pagos semanales, fuera liquidando su adeudo; la visita era rigurosa cada sábado y aprovechaba para visitar al Santísimo que siempre estaba expuesto en el Templo de La Merced, inculcándome por una parte la fe y la devoción en cuanto a lo religioso (lo primero es lo primero) y, por otra parte, el honrar la palabra, traducida en el cumplimiento de las obligaciones que se contraen, que es el mayor legado que recibí de mis padres, quienes en gloria de Dios estén.Otro establecimiento de particular recuerdo es Casa Mayco. “Mayco, abarata la vida, con un pesito de enganche” o algo parecido, era el eslogan de la tienda y no era engaño, en serio, dábamos un peso de enganche y el resto en cómodos abonos semanales, y nos llevábamos el mueble a la casa. Allí mi mamá compró un comedor de 8 sillas. La tienda estaba ubicada en la acera norte de la avenida Niños Héroes, dos cuadras abajo de Tolsa, si caminamos de poniente a oriente. Por cierto, no hay error ortográfico en el nombre de la calle, pues no se le puso así en recuerdo y honra de Manuel Tolsá, el escultor valenciano que concluyó la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, director de la Academia de San Carlos, autor de la estatua ecuestre de Carlos IV llamada de “El Caballito” y de los planos del Hospicio Cabañas aquí en Guadalajara, entre muchas obras, sino de una persona de apellido Tolsa que tenía su casa y huerta por esa avenida, pero de esto me ocuparé en una futura columna.Y los recuerdos siguen. En la Casa del Hortelano, por Pedro Moreno, establecimiento que creo sigue allí, mi papá, que era aficionado a la horticultura, compraba muchas cosas, principalmente semillas de hortalizas, y en la casa que teníamos por la calle de Madero, en el segundo patio y en la azotea, tenía su propio huerto donde había chiles, albahaca, zanahorias, cebollitas, hierbabuena, y al mismo tiempo que le daba colorido nos proveía una fuente de alimentación saludable y nos servía para valorar la dedicación de los agricultores que, con trabajos de sol a sol, trabajan en el campo para abastecer a los citadinos.La Granja La Paz, que estaba en las afueras de la ciudad, a inmediaciones de Tlaquepaque; frente a ella se hizo la glorieta dedicada a El Charro, inaugurada por don Francisco Medina Ascencio y don Adolfo López Mateos a mediados de la década de los sesenta.La granja creo que pertenecía a doña Paz Gortázar de González Gallo, la mamá del popular y estimado Chacho, atendida por unos japoneses, y podía uno encontrar toda clase de árboles frutales, semillas, instrumentos de jardinería y de labranza, plantas, abono, tierra de encino, y hasta peces y pájaros. Estaba muy bien ordenada, adecuadamente distribuida y, la verdad, era una experiencia maravillosa recorrer esas veredas que surcaban una enorme variedad de frutos y flores, plantas y arbolitos que hacía que uno se sintiera en una aventura.Yo ayudaba con una carretilla para que allí fueran colocando lo que iban a llevar mis papás, y no saben cómo disfruté aquellas mañanas de domingo cuando mi papá nos anunciaba que iríamos a la Granja La Paz, porque además propiciaba cruzar toda la ciudad, ver los llanos donde jugaban beisbol y futbol. Qué tiempos, una ciudad sin el bullicio de hoy, tranquila, con un clima envidiable.Y podría seguir contándoles experiencias, sobre todo de más establecimientos en el centro de la ciudad; ya en alguna de estas páginas he hecho referencia a ellos, pero prometo hacerlo pormenorizadamente, porque cada uno de ellos tuvo su historia y marcó la de muchos de nosotros que, siendo niños, acompañamos a nuestros papás a ver aparadores, a pasear por los portales, costumbres un tanto pueblerinas, si se quiere, pero parte de la historia urbana de esta bella, Noble y Leal ciudad.Finalizo el relato, a propósito del nombre de la granja, que doña Paz fue esposa de uno de los más recordados gobernadores de Jalisco, Jesús González Gallo (1947-1953), oriundo de Yahualica, la tierra de la cantera, fallecido en un accidente carretero cuando sonaba para la Presidencia de la República.Les agradezco su lectura y espero contar con ella, si Dios quiere, el próximo domingo aquí en EL INFORMADOR.lcampirano@yahoo.com