Jueves, 25 de Abril 2024

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Lula: la carroza y la calabaza

Por: Diego Petersen

Lula: la carroza y la calabaza

Lula: la carroza y la calabaza

Hace diez años había un referente en el mundo para todos aquellos países que querían crecer y ser distintos; hacerlo desde la izquierda sin provocar la huida de los capitales, por el contrario, atraerlos. Luiz Inácio Lula da Silva fue el ejemplo para muchos políticos latinoamericanos. No solo logró que Brasil creciera, sino que fuera la ruta a seguir, y así convirtió al gigante sudamericano en uno de los líderes mundiales. Una década después vemos a un avejentado y cansado líder ingresar a la cárcel con una condena de doce años. ¿Qué salió mal? ¿En qué momento se pudrió todo o quizá valga decir en qué momento la carroza imperial se convirtió en calabaza?

Fueron los votos evangélicos, fanatizados, los le dieron el poder a Temer, el hombre que condenó al socialismo, a Dilma y Lula

Lula llegó a la presidencia de Brasil en el tercer intento. Líder sindical, carismático e inteligente fue capaz de ir modelando el discurso hasta encontrar el tono con el que podía convencer a los brasileños de que no era un peligro para la economía (cualquier parecido con López Obrador es, hasta aquí, mera coincidencia). Cuenta David Konzevik que en una reunión en Davos le dijo a Lula que tuviera cuidado, que la economía era como un violín: se tomaba con la izquierda, pero se ejecutaba con la derecha; la izquierda crea la melodía, pero el ritmo y la cadencia se hacen con la derecha. Así lo hizo: convirtió a la economía brasileña en una extraordinaria mezcla de desarrollo social y crecimiento económico. Abrió la inversión petrolera y lanzó a Brasil al mundo. Redujo la pobreza y generó crecimiento y desarrollo.

La Olimpiada y el Mundial fueron el premio y el castigo. Lograrlo fue un reconocimiento de que el mundo veía en Brasil el nuevo polo de desarrollo económico; hacerlos fue el principio del derrumbe del sueño brasilero. Frente a la crisis económica la corrupción salió a flote como un cadáver a media alberca. Mientras todo iba más o menos bien se veía a la corrupción como un elemento, ni siquiera un daño, colateral. Cuando comenzó a faltar el dinero, la corrupción fue el enemigo (cualquier parecido con el milagro mexicano de los sesenta y setenta, con olimpiada y mundial incluidos, no es coincidencia)

Pero quizá lo que más haya que revisar con lupa es la parte política. Para permanecer en el poder el Partido de Lula y Dilma hicieron un pacto con los evangélicos, que nada tenían que ver ideológicamente con el proyecto del socialismo latinoamericano. A la postre fueron los votos evangélicos, fanatizados, los que terminaron por echar a Dilma a la calle y le dieron el poder a Temer, el hombre que condenó al socialismo, a Dilma y Lula. (Es cierto, el voto evangélico no tiene en México la fuerza que tiene el Brasil, y la alianza de López Obrador con el PES es quizá solo otra coincidencia).

(diego.petersen@informador.com.mx)

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