Martes, 23 de Abril 2024

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Los otros

Por: Antonio Ortuño

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Hay gente que detesta a la feria por motivos que pueden no compartirse pero son sólidos. Por ejemplo, la que considera que el dinero que cuesta organizar la FIL podría gastarse en otra cosa (esto no es menor, porque significa que la cultura es, para muchos, un tiradero de pesos o un pretexto para desfalcar el erario, pero no un tema en el que el presupuesto debiera tener papel o no el que tiene). O la gente que está en contra de toda forma mercantil y preferiría que el conocimiento y el arte fueran libres (es decir, gratis) o que, a lo mucho, los libros se cambalachearan por sorgo o ceviche vegano (esta postura puede gustarnos o no pero hay que reconocer que es congruente con un ideario que va más allá de una feria).

Otros, menos altruistas, tienen en realidad razones de ego lastimado. Hay quien, por ejemplo, participa en la FIL, pero reniega, porque cree que debería estar en salas más importantes y que lo tomaran más en cuenta. Dándole un premio, por ejemplo. O rogándole que abra el salón literario, aunque no tenga libros o los que tiene no los haya leído ni Dios. Y bueno, también hay quien habla mal porque ni lo invitan, lo cual, en la práctica, termina por ser un poco débil, porque hay demasiadas instancias a las cuales culpar: a la propia feria, a todas y cada una de las editoriales independientes, universitarias, públicas, alternativas o corporativas que organizan eventos… Si nadie de toda esa lista le tira a uno un lazo, pues sí, la cosa está muy fea.

Dejo al final, sin embargo, a los que odian a la feria porque sí. Y que encuentran cualquier pretexto para hacerlo. Desde aquellos que sostienen que el programa no está a la altura de espectadores tan refinados como ellos (aunque la FIL ha tenido a buena parte de los escritores más importantes y reputados de las letras en español en los últimos dos decenios en sus salones y a un contingente inmenso de autores principalísimos de todas partes, tanto exquisitos como populares, los detractores siempre quieren lo imposible: al muerto, al que nunca sale de su casa, al que nadie más que ellos conoce), hasta los que bufan porque en el millón de títulos en exhibición no hay uno solo digno de posar sus augustos ojos en él. A estos últimos, cosa curiosa, nunca los ve uno en una librería. Seguro están esperando a que esos libros increíbles que necesitan los escriban los aliens.

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