Hijo y alumno del insigne teórico político y militante de izquierda Arnaldo Córdova (autor de La ideología de la Revolución mexicana) y de Paola Vianello, eminente filóloga clásica (traductora de Los trabajos y los días y la Teogonía, de Hesíodo); egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM; colaborador en el IFE del gran politólogo socialdemócrata, José Woldenberg (heredero del legado filosófico y político de Carlos Pereyra); y, por sus estudios de posgrado en Italia, miembro de la “Escuela de Turín”, la corriente intelectual fundada por Norberto Bobbio (uno de los mayores teóricos de la democracia y partidarios del liberalismo social del siglo XX): Lorenzo Córdova Vianello es heredero de lo mejor de nuestra tradición intelectual y de la marginal pero ilustrada izquierda democrática mexicana.Al igual que Woldenberg, María Marván, Mauricio Merino, Alonso Lujambio o Ciro Murayama, Córdova pertenece, además, a la delicada y anfibia estirpe de funcionarios-académicos estrechamente vinculados al IFE-INE: una veta o rama más de la añeja y muy mexicana tradición del político-intelectual, y que destaca en una escena “intelectual” y pública dominadas por el escupitajo, el insulto vulgar y el exabrupto ideológico.Tras concluir, en abril del 2023, su periodo como presidente del INE —tiempo durante el cual ejerció, junto con otros consejeros, un digno papel como defensor y garante de las reglas y procedimientos democrático-electorales—, Córdova ha vuelto a sus orígenes para publicar La democracia constitucional en riesgo. Los autoritarios no descansan (Cal y Arena, 2024), libro que compila su discurso pronunciado durante la “Marcha por nuestra democracia” en el Zócalo de la Ciudad de México el 18 de febrero del 2024, artículos y videocolumnas aparecidos en El Universal y Latinus, un largo ensayo académico sobre nuestro sistema electoral y su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de Jurisprudencia y Legislación.Con estricta mirada de constitucionalista y politólogo, pero sin ocultar su preferencia valorativa por el arreglo institucional democrático-liberal, Córdova estudia e interpreta con rigor analítico los fenómenos y procesos jurídico-políticos más recientes del Estado mexicano, confirmando que las ideas de un funcionario-académico sobre la vida pública pueden ser más complejas, ricas y sutiles que las de un político sin sensibilidad intelectual o capacidad teórica o que las de un científico sin experiencia en el ejercicio de la acción cívica y el tráfago de los asuntos públicos.La democracia constitucional es un sistema político que reúne lo mejor de la tradición democrática occidental —pluralismo, libertades, igualdad, tolerancia, participación— con lo mejor del constitucionalismo moderno: Constitución como ley suprema, separación de poderes, mecanismos de control de constitucionalidad, imperio de la ley, protección de los derechos fundamentales del individuo de los abusos del poder público.Su principal virtud consiste en frenar jurídicamente los impulsos despóticos que degeneran una democracia en tiranía de la mayoría. Porque la mayoría —insiste Córdova— no puede, sólo por ser mayoría, violar los derechos de las minorías ni subvertir el arreglo jurídico-institucional de un país. El derecho es, así, la forma más eficaz de domesticar al poder. (Véase otro libro de Córdova: Derecho y poder. Kelsen y Schmitt frente a frente, FCE-UNAM). Las reformas regresivas al poder judicial, los proyectos de modificación del sistema electoral, el acoso y desmantelamiento de diversas instituciones y órganos constitucionales autónomos, así como el intento de desaparecer la representación proporcional en el poder legislativo, son los principales elementos que, según Córdova, permiten hablar de un intento de socavamiento de la democracia constitucional mexicana por parte de un proyecto político hegemónico.El libro de Córdova nos convoca, en suma, a “defender a tres de los pilares sobre los que se sostiene nuestra todavía joven y, sin duda, imperfecta democracia constitucional”: “la democracia en sí, es decir, el conjunto de reglas y procedimientos que nos hemos dado para contar con elecciones libres y auténticas”; “las instituciones de la democracia, o sea aquellas autoridades que hemos creado como mecanismos de control y de garantía de los derechos fundamentales y las libertades de las personas”; y, por último, “la Constitución entendida como la expresión más alta del arreglo político que nos hemos dado conjuntamente como sociedad y que es la manifestación de una sociedad plural y diversa en la que todas y todos cabemos”.Termino con tres conclusiones. La primera es que el acierto primario del análisis de Córdova yace en subrayar los hechos y en interpretarlos sin sucumbir ante ideologías o sesgos emocionales (marca distintiva de una mente funcionarial). Hábito cognitivo que, en una época de estridencias, haríamos bien en emular. La segunda, que una ciudadanía activa, valiente, organizada y patriótica es la mejor apuesta para contrarrestar el poder de quienes buscan socavar un orden democrático-constitucional en aras de un régimen monolítico-autoritario. La tercera, que la inteligencia mexicana —tanto de izquierda democrática como de persuasión liberal— contribuyó, de manera decisiva, a construir la democracia en que vivimos. Preservar y extender lo mejor de nuestro legado intelectual equivale a defender no sólo un conjunto de ideas, textos y autores sino a la democracia constitucional misma. Los autoritarios no descansan. La pasión de la mente mexicana democrática, tampoco.