Martes, 23 de Abril 2024

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Letreros chilangos y tapatíos: la continuada destrucción de la memoria histórica

Por: Juan Palomar

Letreros chilangos y tapatíos: la continuada destrucción de la memoria histórica

Letreros chilangos y tapatíos: la continuada destrucción de la memoria histórica

Mucho ha llamado la atención la orden del señor que manda en la Ciudad de México de retirar de múltiples lugares las placas que señalan hitos urbanos. En este caso los hitos son una larga serie de obras públicas realizadas (gran pecado) en tiempos del presidente Díaz Ordaz y en cuyas placas conmemorativas figura el nombre de este no por siniestro menos histórico personaje. Esto se puede llamar una forma de estalinismo urbano. Como cuando se borraban de las fotos (y frecuentemente de la faz de la Tierra) a los personajes caídos en desgracia en los regímenes autoritarios.

Por una cierta avenida tapatía (entre tantas vialidades) pasó este gesto estalinista. De un plumazo, fueron borrados de ella los nombres de dos personajes históricos largamente identificados con los contextos que la calle atraviesa. Uno: el apellido de uno de los más grandes arquitectos que habido en México: Manuel Tolsa (sin acento), quien proyectara el Hospicio Cabañas. (Ese nombre fue  dado a la calle por un sobrino nieto que por allí tuvo tierras). El otro, el apellido de un destacado textilero regional que desarrolló, en los aledaños del mismo corredor, su activa industria: el señor Munguía. El binomio Tolsa-Munguía, breve, conciso y recordable, es parte de la memoria tapatía. Hasta que llegó la imposición: un prócer universitario sería la suplantación histórica en turno.

Pero la memoria es tenaz, y hasta hace discretas burlas de esos intentos de tiranía toponímica e histórica. En el extremo norte de la avenida subsisten, un poco oxidados pero bien legibles, varios leales letreros municipales en las esquinas: Munguía, Munguía, Munguía…La lista de los agravios toponímicos tapatíos es larga y triste. Ideologías sobre identidades, conveniencias politiqueras sobre arraigos populares, meras lambisconerías de los poderosos sobre la historia común.

No deja de ser interesante el vigoroso juicio reprobatorio de muchos académicos, intelectuales, ciudadanos, sobre la  campaña estalinista que quitó “en memoria del 68” los letreros con el nombre de Díaz Ordaz y así lesionó la memoria capitalina. De manera autoritaria, oportunista, burda. La supuesta corrección política quedó en franco ridículo. La historia colectiva no tiene la culpa de que el mandatario execrado haya estado presente en la constitución de muchas obras capitalinas (ni nacionales). En estas tierras hemos sufrido una muy larga suplantación toponímica: San Sebastián por “Gómez Farías”, San Gabriel por “Venustiano Carranza”, La Resolana por “Casimiro Castillo”, Zapotlán el Grande por “Ciudad Guzmán”, Santa Ana Acatlán por “Acatlán de Juárez”… De los “apellidos” supuestamente honoríficos mejor ni hablar. Y la mansedumbre de la ciudadanía, con escasas excepciones, es también interesante, y lamentable.

La lección del ingenuo ocultamiento del presidente que, como sea, identifica a un sexenio nacional, puede ser muy útil, sentar precedente, ayudarnos a preservar la memoria histórica sin la que los pueblos suelen quedarse al garete. Y los estados como Jalisco, las ciudades como Guadalajara.

jpalomar@informador.com.mx
 

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