Lunes, 15 de Abril 2024

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Las huellas del porvenir

Por: Martín Casillas de Alba

Las huellas del porvenir

Las huellas del porvenir

Estoy seguro que el porvenir nos muestra sus huellas, pero si estamos enamorados no las reconocemos ni mucho menos las proyectamos al futuro en toda su dimensión y, por eso, nos pasan desapercibidas, como señales endebles que después se pueden convertir en causal de divorcio.

No siempre va sola la causa del desastre. Tal parece que se suman para que se accione la mecha y explote el boiler de la crisis en nuestra cara que nos tizna de negro y causa una grieta en la pared, sin que volvamos a ser como éramos antes de la explosión, pues el daño ya está hecho.

Por eso, se ha despertado mi deseo de explorar este tema para que las nuevas generaciones de enamorados ojalá puedan reconocer a tiempo esas señales y, sobre todo, las puedan proyectar en el futuro, para que salven de una vez por todas esos escollos que tanto nos pueden lastimar.

¿Por qué no podemos detectar las huellas y, sobre todo, no las podemos proyectar al porvenir con todas sus consecuencias? ¿Inconsciencia o confusión amorosa? ¿Por qué no queremos o no podemos imaginar cómo es que puede acabar aquello que detectamos un día cuando éramos novios, de tal manera que podamos terminar la relación antes que sea demasiado tarde y sea entonces más complicado?

Se dice que el amor es ciego y, por eso, no vemos las cosas como son ni los defectos puesto al futuro, pues el deseo sexual, la esperanza de cambio, la boda y lo que implica socialmente, no nos permite ver el peligro que implica.

He tomado en cuenta algunos casos de la vida real y otros de la imaginaria como en Otelo, el moro de Venecia de Shakespeare, para ejemplificar el caso, pues Otelo, ya desde que seducía a Desdémona, expresa una cierta agresividad, algunos complejos, celos y la inseguridad que los acompaña.

-Acaso porque soy negro y no poseo los suaves dotes de la conversación como los cortesanos o porque empecé a descender por el valle de la vejez... -dijo un día Otelo en una huella clara que Desdémona no pudo leer a tiempo, hasta que casada, estando en Chipre, su marido se convierte en golpeador y uxoricida.

Desdémona no pudo ver nada de eso cuando se enamoró de Otelo en la casa de su padre cuando babeaba mientras les contaba su vida. No pudo ver huella alguna, ni se le ocurrió proyectarla al porvenir, hasta que su marido la golpeó enfrente del noble Ludovico, después que éste le entregara una carta al moro, en donde el Dux le ordenaba dejar a cargo de la Isla al teniente Cassio y que él se regresara a Venecia.

Desdémona, inocente, expresó su alegría al saber que su amigo Cassio se hiciera cargo de la Isla.

Otelo, iracundo, le dice que está loca de remate...

-¿Qué dices, mi dulce Otelo? -le responde Desdémona y, sin más, la golpea enfrente de todos. Aterrada, dice con la voz entrecortada:

-No me merezco esto...

Ludovico asegura que nadie en Venecia podría creer lo que acababa de ver aunque lo jurase y le pide al General que se disculpe con su mujer.

Éste voltea a ver a Desdémona y le grita:

-¡Maldita! Si las lágrimas de mujer pudieran fecundar la tierra, de cada gota derramada nacerían reptiles. ¡Fuera de mi vista!

Como ya sabemos, esa misma noche la mata asfixiándola con la almohada antes de darse cuenta que estaba equivocado y quitarse la vida. Desdémona nunca se imaginó que esto podía suceder desde que escuchaba las aventuras de su vida, sin poder detectar la agresividad contenida. Al final, Otelo se arrepiente y antes de morir les pide a los venecianos que...

-Hablen de alguien que amó torpemente, pero amó demasiado; alguien que puso barrera a los celos, pero, al provocarle, quedó preso en su locura; de alguien cuya mano -como un bárbaro indio- arrojó lejos de sí una perla más valiosa que toda su tribu.

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