Viernes, 26 de Abril 2024

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Lamer la yunta

Por: Salvador Camarena

Lamer la yunta

Lamer la yunta

Una nonagenaria hace berrinche porque su nieto de treintaitantos, casado y con hijo, quiere emanciparse. Ay, cuántas madres de millennials viven justo lo contrario: la frustración de que sus nenes en cristiana edad no quieren irse a predicar fuera del nido.

Pero lo más divertido del asunto de la nonagenaria es la reacción de todo mundo. Literal.

Un bando del mundo cree que la abuela, de salud notable y responsable de un Estado sin el cual el planeta no se entiende, tiene razones para su berrinche. ¿Quién en sus cabales se niega a seguir viviendo del erario -y de por vida-- sin mayor quehacer que de vez en cuando dar un discurso o inaugurar, sonrisa colgate por medio, una cabalgata “benéfica”? ¿Quién abandona el privilegio de saberse, por mero nacimiento, sin obligación de forjar mérito público? Pocos. Muy pocos.

Pero los jóvenes de marras no quieren ese destino. Han decidido abandonar las colchas de seda y los sirvientes 24X7 para vivir…. la vida, y encima parte de esa vida en otro país. Insensatos.

Otro bando del mundo se sorprende de que el mundo en el siglo XXI --cuando ya sabemos bastante de galaxias lejanas, del funcionamiento del ADN o de cómo curar varios cánceres, se maravillan de que ese planeta no sepa explicar bien a bien, en términos llanos y democráticos, la vida de unas familias que se llaman a sí mismas reales, y que éstas sigan interesando a tantos otros que para llegar a final del mes se las ven negras.

Loco loco planeta, decían los de antes.

Pero loco país, también.

Gran azote colectivo se subió al tren del desgarramiento de vestiduras virtuales esta semana porque -¡oh dioses del olimpo olmeca, por qué nos mandan esta aflicción! - el nieto del presidente ha nacido en tierra extranjera.

Masiosares del mundo, uníos en la vergüenza. De rodillas todos al Tepeyac. Clamemos a la morenita para que nos socorra. Danos sabiduría señora, ilumínanos: qué acaso no estamos aquí todos, entonces ¿por qué el nieto primogénito del tlatoani ha nacido en, of all places, Texas. Hasta Su Alteza Serenísima se revuelca en su tumba.

Paren las computadoras de la llamada prensa seria. Que se entreviste a expertos e historiadores. Cuándo habíamos visto tanta ignominia. Qué plaga caerá a la nación porque un par de jóvenes ha decidido lo más elemental del mundo: tener a su hijo donde se les pegue la gana, incluido en el territorio del Álamo.

Estos treintañeros (¿será que esa generación salió, como los aguacates, echada a perder aquí y en la Ukei?) tienen también hablando a ese planeta que es México.

Falsario, le dicen al presidente por presumirse nacionalista y, al mismo tiempo, no impedir con no sé qué argumento lopezportillista, que no debe ser permitido, que no hay manera en que un nietísimo del presidentísimo de mexiquísimo vea la primera luz en madeinusa.

Cuántos de los que critican a los jóvenes padres, y al sesentón papá del neopadre, no son esos mismos que “oye, mijita, y ahora que Luis Eduardo nazca en San Diego, pueden quedarse en la casa de La Jolla los meses que quieras, ya sabes”.

Cuántos de los que critican al tabasqueño sueñan con que se las hagan buena los súbditos de Felipe sexto y les acepten el argumento de que el Gómez y Gómez que llevan en la credencial del INE viene de los Pirineos, y no de Otumba, para que por fin les reconozcan como lo que ellos saben que son desde siempre: un error de la cigüeña, del cigoto o del ginecólogo -de los padres, ni hablamos- y que debieron de haber nacido en España, y además emparentados con la condesa de Casanova para poder reclamar títulos y rentas, que es eso a lo que aspira todo mundo, a que le quiten la libertad de ser un mexicano libre y soberano, que nace como decía Chavela Vargas donde le da su chingada gana, y que quién mejor fuera uno sino Jenri de Inglaterra, el muy wey príncipe que ha decidido que quiere ser normal y no tener a una reina, o a un presidente, que le digan a uno qué hacer, qué pensar y qué decir.

¡Nombre! Si hasta lamer la yunta puede ser una elección de destino. Allá cada quién.
 

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