Domingo, 20 de Abril 2025

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La tentación de imponer

Por: Luis Ernesto Salomón

Trump quiere un cambio profundo que nos impacta

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La apelación a los valores morales como justificación para ejercer control sobre instituciones autónomas representa una amenaza latente —pero creciente— a la libertad. En Estados Unidos, un país con una tradición constitucional robusta, se está desarrollando un preocupante conflicto en torno a la autonomía de las universidades, los despachos de abogados y el poder judicial. Este conflicto ha cobrado fuerza en medio de las disputas políticas que buscan aumentar la influencia conservadora en la vida pública, especialmente en los tribunales y los espacios académicos.

El argumento oficial se enmarca en la defensa de principios: combatir el antisemitismo, proteger la libertad religiosa, y preservar las tradiciones culturales que algunos sectores consideran fundamentales para la identidad nacional. Sin embargo, bajo esta retórica se esconde una ofensiva contra la independencia de instituciones que han sido históricamente pilares del pensamiento crítico, la deliberación jurídica y el ejercicio profesional autónomo. En nombre de los “valores”, se busca condicionar políticas de admisión, contratación docente, líneas de investigación, programas académicos y hasta la agenda temática de las universidades. En el caso de los despachos legales, la presión se manifiesta en la selección de casos, la contratación de talento y la gestión de recursos humanos, alineando el ejercicio profesional con intereses políticos.

Lo que está en juego es mucho más que una disputa sobre la composición ideológica de las élites académicas o jurídicas: se trata del intento de subordinar el conocimiento, la justicia y la práctica profesional a los fines del poder político. Esta lógica instrumental del Estado, que concibe a las instituciones autónomas como extensiones ideológicas del gobierno en turno, vulnera principios democráticos fundamentales.

Numerosos académicos y juristas han alzado la voz para advertir que este tipo de intervenciones debilitan el libre intercambio de ideas, inhiben la crítica y erosionan el pluralismo intelectual. La autonomía universitaria y la independencia judicial no son privilegios sectoriales, sino condiciones indispensables para la preservación del Estado de Derecho. Sin ellas, la libertad de expresión se convierte en una concesión precaria, y las garantías procesales se diluyen frente a intereses políticos.

Lo más grave es que este fenómeno podría sentar un precedente con efectos duraderos. La normalización del control ideológico sobre espacios tradicionalmente libres compromete la salud democrática no solo de Estados Unidos, sino que ofrece un modelo replicable en otros contextos. El riesgo no es solo local, es estructural y global.

La historia demuestra que el poder político siempre ha tenido la tentación de invocar “valores superiores” para restringir la libertad. Pero cuando los valores se convierten en instrumentos de imposición y exclusión, dejan de ser principios éticos para transformarse en herramientas de dominación. En tiempos como estos, la defensa de la autonomía institucional no es una causa gremial: es una responsabilidad democrática.

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