Jueves, 25 de Abril 2024

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La peste, el teatro, la novela

Por: María Palomar

La peste, el teatro, la novela

La peste, el teatro, la novela

+Por los cien mil muertos (oficiales) y los que nos esconden.

La literatura no fabrica vacunas. Tampoco existe simplemente para entretener, ni para aliviar el dolor; para eso funcionan mejor las series de netflix y la morfina. En cambio, ofrece algunos útiles antídotos contra la estupidez general, la propaganda masiva, el pensamiento uniforme, las mentiras de los políticos, el fanatismo y la sobresaturación de información. 

Curiosamente, hay una larguísima relación entre las epidemias y las obras literarias, que se remonta hasta Homero. La Ilíada (que las actuales autoridades de cultura escriben “Ileada”), la cual cuenta sobre todo episodios de guerra (otro tema fecundo), empieza con una peste que se abate sobre el campamento de los aqueos luego de años de guerrear contra los troyanos.

Las epidemias representan un laboratorio ideal para el escritor: toda la sociedad está en crisis, cualquier relación con el otro se vuelve más intensa por el peligro que entraña, todos pueden morir de un momento a otro. La posibilidad de contagio pone a prueba virtudes y vicios, desenmascara a los falsos valientes y revela a los héroes inesperados o anónimos. Además, la búsqueda del origen del mal lleva a desmontar las teorías del chivo expiatorio. Es un gran tema político, pues permite analizar tanto el carácter de la gente como el funcionamiento de la sociedad.

En Edipo rey, Tebas se ve asolada por la peste. El protagonista se separa de sus súbditos para buscar el origen del flagelo y resolver la crisis. Es una de las formas de presentar el fenómeno y la respuesta ante él: el héroe enfrenta el problema, no se ausenta de la realidad ni es un traidor a la causa colectiva; si abandona al coro es para mejor servirlo. En horas de crisis, se requiere también de Antígonas que desafíen el discurso del poder y logren que podamos enterrar y honrar decentemente a nuestros muertos.

Según la visión de la épica y el teatro antiguos, las epidemias son una prueba que se inflige a la humanidad. Pero con el Decamerón Boccaccio lanza una idea nueva, que en adelante recogerá la novela en general. Invierte la lógica: en lugar de poner a prueba a los humanos mediante la realidad que los rodea, pone a prueba la realidad (sus alcances, su peso, su valor, su significado) a través de los humanos. Los protagonistas huyen y se aíslan de la peste que asuela Florencia. El gran mérito de tal huída consiste en revelar que no es omnímodo el poder del discurso político, que niega cuanto exista fuera de él; que se puede y se debe pensar, conversar y vivir en frente de la realidad sin dejarse arrollar por ella, ni sobre todo por la versión oficial de ella.

Será por eso que el teatro requiere de un público colectivo, mientras que la novela se lee a solas.

La literatura sugiere, pues, dos lógicas que dictan respuestas distintas ante la catástrofe de la epidemia, cada una de las cuales tiene sus razones y sus sinrazones. La una sería la lucha frontal en medio de la sociedad afectada; la otra, dar un paso al lado. El riesgo de la primera es la ceguera militante; la perversión de la segunda sería la indiferencia cínica.
 

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