Domingo, 27 de Abril 2025

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La mente de un cardenal conservador

Por: Guillermo Dellamary

La mente de un cardenal conservador

La mente de un cardenal conservador

Parecen los guardianes de la tradición en el juego de poder del Vaticano. En la Capilla Sixtina, bajo la mirada severa del Juicio Final de Miguel Ángel, se decidirá el futuro de una institución de dos mil años. Entre humo blanco y votaciones secretas, los cardenales conservadores emergen como actores clave: no son solo teólogos, sino “arquitectos de resistencia” frente a los progresistas que fomentan a una Iglesia navegando hacia un mundo que exige cambios. ¿Qué mueve a estos hombres a convertirse en guardianes intransigentes del dogma? 

Un cardenal conservador no nace, se ha formado en seminarios donde el latín aún resuena, testigo de cómo el secularismo vacía iglesias en Europa o cómo escándalos de abusos quiebran la credibilidad católica. Para él, la tradición no es nostalgia: es un baluarte contra el colapso. Su lema podría ser: “Si cedemos en la doctrina, perdemos almas”.

Estos cardenales operan con una brújula moral de absolutos. Temas como los derechos LGBTQ+, el sacerdocio femenino o la comunión para divorciados no son debates: son líneas rojas. “La flexibilidad es herejía disfrazada”, me confesó un purpurado anónimo en 2018. Su rigidez no es terquedad, sino armadura contra lo que perciben como olas de relativismo moral.

Aquí yace la contradicción: defienden un papado fuerte, pero se  resisten a un Papa que use ese poder para reformar. Como lo intento realizar Francisco, con su estilo disruptivo, los ha puesto en alerta máxima. Un arzobispo europeo lo resumió así: “Queremos un Papa que una, pero no a costa de dividirnos”.

Su estrategia no es reactiva, sino calculada. Prefieren cardenales de la Curia -la burocracia vaticana- antes que “profetas mediáticos”. Para ellos, el próximo Papa debe ser un estabilizador, no un revolucionario. Y si hay que bloquear consensos, lo harán.

Detrás de su firmeza hay miedo: al declive numérico de fieles, a la irrelevancia en debates globales, y a que la Iglesia se convierta en una ONG espiritual.

El mundo cambia, pero ellos insisten en que la Iglesia no es una democracia. Su fuerza radica en una red global de obispos y feligreses tradicionalistas. Sin embargo, su talón de Aquiles es la desconexión: mientras el Sínodo de 2023 discute inclusión, ellos siguen hablando en latín. 

El próximo conclave será un duelo entre dos visiones: ¿Puede la tradición sobrevivir sin adaptarse? Los cardenales conservadores apuestan por un no rotundo. Y en sus manos está si el humo blanco anunciará un Papa para el siglo XXI… o un regreso a la moral del XVI. 

Mientras escribo esto, imagino a los conservadores con sus anillos de oro y capas carmesí, votando bajo los frescos de Miguel Ángel. No son villanos ni santos: son hombres que creen estar salvando a la Iglesia de sí misma. En un mundo sin certezas, su firmeza moral es, quizás, su única forma de oración.
 

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