Viernes, 26 de Abril 2024

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La inseguridad

Por: José M. Murià

La inseguridad

La inseguridad

No cabe duda de que la inseguridad es considerada por la mayor parte de los habitantes el principal problema de nuestra sociedad, a pesar de que hay otros, como el hambre y la miseria que es mucho más lacerante, pero suele quedar en segundo o tercer lugar.

Lo cierto es que una y otras quedan íntimamente ligadas entre sí, pero éstas no constituyen la única causa de la primera. Hay muchos problemas más imbricados en ellos, todos acelerados por este neoliberalismo descarnado que padecemos.

Es evidente que una sociedad muy pobre es insegura, pero cabe insistir en que no es la miseria la única razón.

El problema de la inseguridad está imbricado, también, con la voracidad de la clase pudiente y la corrupción y el servilismo de muchos gobernantes.

Tiene que ver además con la falta de educación y las muchas horas que los jóvenes, escolarizados o no, andan a la deriva sin ton ni son, resultando presa fácil para la delincuencia organizada.

La carencia de esperanzas de que adolezcan una vida “ordenada” y “decente” para los menesterosos, no deja de ser una causa de la delincuencia.

Queda claro que el combate a la delincuencia y la inseguridad debería de privilegiar el destierro de raíz de esta problemática, pero resulta evidente que la urgencia y el crecimiento del peligro cotidiano, reclama acciones de carácter represivo y punitivo

Por otro lado, la pingüe utilidad que ofrece la producción y, más aún, el mercadeo de diversos artículos sobre los cuales pesa un interdicto muy rígido, supuestamente por ser nocivos para la salud, permite regar dinero en ámbitos en los que se carece hasta de lo indispensable, pero también comprar voluntades de los que ejercen poco o mucho poder.

Finalmente, se dice que quien nada tiene que perder resulta ser mucho más osado y arrojado que los demás.

Queda claro que el combate a la delincuencia y la inseguridad debería de privilegiar el destierro de raíz de esta problemática, pero resulta evidente que la urgencia y el crecimiento del peligro cotidiano, reclama acciones de carácter represivo y punitivo, aun a riesgo de invertir en ella recursos que podrían ofrecer mejores resultados en las soluciones profundas.

Pero es el caso también de que, para propios y extraños, lo urgente se privilegia sobre lo importante. Lo inmediato se percibe y ayuda a justificar el gasto, en tanto que las soluciones de fondo, siendo a largo plazo, son mucho más difíciles de percibir.

La guerra contra la delincuencia resulta, pues, indispensable, pero la otra cara tampoco debe ignorarse, pues de no ser así puede dar lugar a una espiral ascendiente y creciente que nunca se acabe y finalmente dé al traste con la sociedad democrática.

Ojalá que el nuevo Gobierno mexicano perciba que vivimos en un polvorín que, si estalla, podrá aniquilar muchas ventajas que se han conseguido a lo largo de los años. 

(jm@pgc-sa.com)

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