Hace ocho días les narraba el día a día en la primaria, y quedaron como temas pendientes la hora del recreo y la hora de salida. A darle. Comencemos por el recreo. A las 11 de la mañana empezaba el recreo; era la hora de ir al baño, a comprar en la tiendita, a correr, a jugar, a platicar o a hacer negocios.La Cooperativa Escolar, muy bien surtida: tostadas con una embarrada de frijoles, con col y salsa, taquitos dorados, churritos, dulces, pirulís, productos Marinela, Limonada Favorita, Caballito Aga, Spur Cola, Titán, Lulú, Jarritos, Pato Pascual y Chaparritas. Poco compré en la tiendita de la escuela; mi Santa Madre me preparaba un lonche de huevo o un sándwich que muchas veces compartí con mis amigos, pero no se los soltaba, solo les decía: —Dale una mordidita porque te lo acabas—, porque si no les ponía límite, ¡se lo acababan!En ese momento de esparcimiento jugábamos espírol, volibol, futbol, todos con reta para que jugáramos más; cuando estaban de moda los álbumes de cartitas patrocinados por casas refresqueras o panificadoras, en el patio nos reuníamos a hacer negocios. Siempre había alguien que llevaba un bonche y las iba pasando una a una entre las miradas atentas de todos; solo se escuchaba el clásico “ya, ya, ya, ya”, y cuando salía una difícil, se escuchaba el clásico “pérate”, y se suspendía el proceso de muestreo para entrar a la fase de la negociación, al intercambio de dos, tres o hasta cinco por una, y muchas veces se encarecía el precio cuando había mejores ofertantes.Divertido y formativo; allí aprendí lo que después confirmé con el seminario de Chester Karrass: “En los negocios, se obtiene lo que se negocia, no lo que se merece”.Terminado el recreo, de vuelta al salón y a concentrarnos las siguientes dos horas, porque a la una y media era el toque de salida. Poco a poco íbamos volviendo a la tranquilidad después de los juegos, los negocios y las pláticas con los amigos.Pobres de mis maestros, que tenían que aguantar esas dos horas los olores no tan agradables de 30 almas llenas de aroma a recreo. Dios los tenga en su bendita gloria por su paciencia olfativa, pero sobre todo por sus enseñanzas y su ejemplo. Me pongo de pie con su recuerdo.A la 1:30 se daba el toque de salida. Como les platiqué la semana pasada, los que llegaban tarde o los indisciplinados o los menos aplicados tenían la encomienda de quedarse a hacer el aseo del salón o de los patios, y salían de la escuela tan pronto terminaran la encomienda; el resto salíamos en una verdadera estampida para encontrarnos en la puerta de salida con nuestros papás o los hermanos mayores que ya nos esperaban.Frente a la puerta, en el machuelo de la banqueta, había un barandal de fierro que una empresa refresquera donó a la escuela y que servía de protección para que no saliéramos como caballos desbocados hacia el arroyo de la calle, con el riesgo de algún atropellamiento, y a la vez daba publicidad al refresco.A los lados del barandal se ponían los infaltables vendedores. Recuerdo especialmente al de las nieves, paletas y bolis; a la hora del calorón, cuando despachaba las paletas, ganas no faltaban de meterme al carrito de la nieve.También había vendedores de guasanas, pepinos, mangos verdes a los cuales les hacían cortes para ponerles su dotación de sal, chile en polvo y limón, ciruelas, guayabas verdes —y cuando estaban maduras, mi mamá me enseñó que antes de comerlas las partiera a la mitad a ver si no traían gusano—; también vendían rebanadas de jícama cortada en forma de triangulitos, tejuino, los duros con salsa roja enchilosa… en fin, la vendimia en todas sus modalidades, aunque ciertamente no todos ofrecían su mercancía el mismo día.Claro que nuestras mamás eran casi siempre reticentes a la compra: “No, porque se te quita el hambre”, y aunque no lo crean, el antojo era una invitación a la desobediencia, pero mi mamá me convencía rápido: “Te hice tus enchiladas rojas que tanto te gustan y además hay arroz con leche. ¿Cómo ves?, ¿nos vamos?” —ni cómo insistir—. Adiós, don Juan; adiós, don Lencho; nos vemos, don Vicente. ¡Hasta mañana! Y así dejábamos atrás a los vendedores y a apurar el paso para disfrutar de los manjares caseros. En ese tiempo el horario de escuela era de 8 de la mañana a una y media de la tarde, así que a las dos ya estaba comiendo en casa.No sé si ustedes recuerden: a finales de la década de los cincuenta y apenas iniciados los sesenta, me tocó un horario mixto de clases: de 9 a 12 y de 3 a 6. Era un solo turno, pero asistíamos mañana y tarde.Lo tengo bien presente. El 22 de noviembre de 1963, iba hacia la escuela poco antes de las tres de la tarde con mi mamá y nos detuvimos en una tiendita al ver reunida mucha gente, y ahí vamos al mitote, y que nos vamos enterando de que en la televisión blanco y negro de la tienda mostraban un noticiero con la terrible noticia: ¡mataron a Kennedy! Por eso tengo cierta la fecha en que me tocaba ir mañana y tarde a la escuela, y tiempo después modificaron los horarios, pero bueno, ese será otro tema y ya otro día seguiremos con la plática.Por ahora, solo me resta agradecer el honor de su lectura e invitarlos a coincidir aquí el próximo sábado, si Dios quiere. Gracias por sus comentarios a mi correo.