Lunes, 16 de Junio 2025

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La Democracia en tensión: migración, identidad y xenofobia

Por: Mario Luis Fuentes

La Democracia en tensión: migración, identidad y xenofobia

La Democracia en tensión: migración, identidad y xenofobia

Desde que Donald Trump asumió por segunda vez la presidencia de los Estados Unidos, en enero de 2025, las políticas migratorias que ha impulsado —respaldadas por la mayoría republicana en el Congreso y por varios de sus gobernadores más radicales— han puesto a prueba los pilares fundamentales de la democracia estadounidense. Lo que durante décadas se presentó como un modelo global de libertad, inclusión y tolerancia, hoy enfrenta una erosión que amenaza con vaciar de contenido a la idea misma de democracia.

En sus primeras semanas, el Gobierno de Trump revirtió órdenes ejecutivas que protegían a migrantes y solicitantes de asilo, expandió las deportaciones sin debido proceso y promulgó la Ley Laken Riley, que impone detención obligatoria para personas migrantes acusadas de delitos menores, muchas veces sin que hayan sido juzgadas. El nuevo estilo de Gobierno se ha caracterizado por un uso expansivo del poder Ejecutivo y una deliberada presión sobre el sistema judicial y los gobiernos locales que han intentado proteger los derechos humanos.

Esta ofensiva también es simbólica y cultural. Las decisiones del Gobierno niegan los valores fundacionales de Estados Unidos: el pluralismo político, la diversidad ideológica, la tolerancia religiosa y étnica, y el reconocimiento de las diferencias culturales como parte esencial del pacto democrático. La reciente orden presidencial que prohíbe el ingreso de nacionales de una docena de países, sin distinguir entre migrantes económicos y personas solicitantes de refugio, muestra con claridad una visión excluyente y esencialista del Estado-nación. Se pretende borrar la memoria viva de un país construido por migrantes, convirtiendo la diversidad en amenaza y la diferencia en delito.

Lo que se omite en ese eje discursivo es que las corrientes migratorias son una consecuencia estructural del propio modelo de desarrollo capitalista, en el cual este país ocupa una posición hegemónica. En el siglo XXI, la figura del migrante no responde ya a un único perfil: por un lado, están quienes buscan trabajo y una vida digna, desplazados por la desigualdad económica y el deterioro ambiental; pero también ha crecido exponencialmente el número de personas que huyen de persecuciones políticas, violencia armada, colapso institucional y gobiernos autoritarios en sus países de origen. Las migraciones son hoy una manifestación de la huida del horror.

En este contexto, se observa una transformación identitaria profunda. La migración ya no implica solo el tránsito físico, sino una reconfiguración de las pertenencias. Las identidades nacionales se han vuelto transterritoriales: no se abandona la tierra de origen, sino que se habita en doble pertenencia, como un modo de resistencia cultural. Las protestas en ciudades como Los Ángeles, Atlanta, Chicago o Nueva York lo muestran con elocuencia. En ellas se ondean banderas de México, Guatemala, Haití, Colombia o El Salvador junto a la de los Estados Unidos. Se escuchan múltiples idiomas, se expresan diferentes memorias y se reclaman múltiples derechos. En esas calles se dio forma a una nueva posibilidad de ciudadanía, que está en movimiento y que interpela el nacionalismo excluyente desde la diversidad.

La gravedad de este momento histórico no se limita a Estados Unidos. El discurso de odio promovido por Trump ha encendido un “fuego discursivo” que alimenta otras formas de autoritarismo alrededor del mundo. El rechazo al migrante, la exaltación de la identidad nacional homogénea y la criminalización de la otredad están siendo retomados por otros liderazgos autoritarios en otros países. En efecto, lo que ocurre en Estados Unidos ofrece legitimidad retórica y política a nuevos autoritarismos que erosionan el tejido democrático global.

La democracia estadounidense se encuentra hoy ante una encrucijada histórica. Puede retroceder hacia una visión excluyente, autoritaria y monocultural, o puede rehacerse desde abajo, reconociendo que la pluralidad, la diferencia y la movilidad son su verdadera fuente de vitalidad. Las multitudes que marchan con banderas diversas no son una amenaza: son el rostro de una democracia posible. Son el recordatorio de que la libertad no es patrimonio de unos pocos, sino el derecho fundamental de todo ser humano.

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