Viernes, 19 de Abril 2024

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Jacques Jaujard, salvador del Louvre

Por: María Palomar

Jacques Jaujard, salvador del Louvre

Jacques Jaujard, salvador del Louvre

Cuando los poderosos enloquecen, como suele suceder, les da por parir ocurrencias peligrosísimas de todo género. Y cuando se meten con la cultura y los museos la cosa es para temblar, porque -digamos, es un supuesto- montar uno en Los Pinos implicaría sin remedio saquear y desmantelar las colecciones de otros, como se hizo impunemente en años recientes con las faraónicas obras del Museo del Mundo Maya (a expensas, por ejemplo, de la Casa Montejo) y el del Barroco en Puebla (a expensas del Bello y otros). Pingües negocios para ciertos funcionarios.

Y recordemos que el de Guadalajara, en el centenario de su fundación, no está del todo libre de acechanzas.

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Desde 1938, Jacques Jaujard (1895-1967), subdirector y luego director de los Museos Nacionales de Francia, viendo venir la guerra (y con qué género de loquito tendrían que averiguárselas), planeó con todo cuidado la evacuación del Museo del Louvre. Ya había estado en el comité internacional que puso a salvo el acervo del Prado durante la guerra civil española. En agosto y septiembre de 1939, nueve meses antes de que París fuera ocupado, el Louvre quedó vacío gracias al trabajo silencioso y eficaz de sus empleados, de los alumnos de la Escuela del Louvre y al refuerzo de los dependientes de la tienda de La Samaritaine. Se requisaron más de doscientos vehículos para llevarse las obras de arte, la biblioteca y los archivos.

El peligro vendría tanto de los bombardeos como del saqueo, ya fuera selectivo o a lo bestia. Jaujard entendía que había que salvar el alma de Francia. Así salieron del Museo la Venus de Milo, la Gioconda y hasta La balsa de la Medusa, que por su tamaño tuvo que cargarse en un camión de escenografía de la Comedia Francesa que al pasar por Versalles se enredó con los cables y dejó sin luz a la ciudad (hay un estupendo documental en Youtube sobre toda esta hazaña).

Discreto y educado como buen alto funcionario (de allá), se las ingenió para no comprar pleitos con los nazis y darles la impresión de que cumplía sus órdenes, al tiempo que les aplicaba la más refinada parsimonia burocrática tardándose lo más posible en responder y nunca acabando de llenar las enrevesadas formas que le mandaban.

Las obras se almacenaron primero en el castillo de Chambord, en la Loira; luego fueron dispersadas en otros puntos del suroeste, muchas en castillos de propiedad privada.

En un buen artículo Hugo Beccacece escribe: “En el invierno de 1944, Alexandre Parodi, jefe de la Resistencia, se encontró con Jaujard. Le dijo que los aliados querían saber la localización de las obras de arte para no bombardearlas. Jaujard le pasó la información y ordenó a sus empleados que escribieran Louvre en carteles visibles desde el aire para ponerlos en los castillos. Jaujard entró en la Resistencia y, en su escritorio, ocultaba armas para los maquis. El 25 de agosto de 1944, aliados y resistentes aún luchaban por la liberación de París cuando el funcionario izó la bandera francesa en el Louvre”.

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