Martes, 21 de Mayo 2024

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Ídolo con pies de barro

Por: Eugenio Ruiz Orozco

Ídolo con pies de barro

Ídolo con pies de barro

A lo largo de la historia de la humanidad ha habido personajes trascendentes, aquellos que han alcanzado ese grado por su talento, formación, capacidades, habilidades o destrezas. Obras maestras de la literatura, la música, la pintura, la filosofía, el arte y la cultura, son producto de su genio y, sus autores, cumbres de la inteligencia y la creatividad: señalaron el camino e hicieron escuela. Están, también, quienes se distinguen o distinguieron por sus aportaciones a la ciencia o la tecnología y los que, por sus virtudes, se convirtieron en referentes morales. En esta enumeración no pueden faltar aquellos que por su liderazgo han influido en la conducción de las sociedades, así como algunos que han alcanzado notoriedad y fama en el mundo del espectáculo. Aun siendo admirables, no todos son ejemplares y, no lo son porque carecen de una serie de atributos para serlo. Son brillantes envueltos en papel estraza.

En la vida, nos gustaría ser como aquellos a quienes admiramos; nuestros padres son el ejemplo más próximo, después, los maestros, desde los que guiaron nuestros primeros pasos hasta los universitarios. Con el correr de los años, al ampliarse nuestro horizonte, la admiración se centra en modelos consecuentes con las creencias y los valores que vamos desarrollando, de tal suerte que si, verbigracia, somos pintores, aspiramos a llegar a la maestría de Rafael, Miguel Ángel o Picasso. Sin embargo, al adentrarnos en el conocimiento de sus vidas podemos, incluso, rechazar a nuestros inspiradores si encontramos inconsistencias entre su grandeza profesional y su pequeñez como seres humanos.

La congruencia es un valor que debe acompañar nuestras vidas, más aún a los superdotados porque, junto a las facultades heredadas y desarrolladas, es importante que su comportamiento personal y en sociedad sea consecuente con la admiración que inspiran; dado que son prototipos, quisiéramos replicar e incluso superar sus cualidades. Trump, Nixon o Putin son personajes admirables como políticos-fajadores, pero están lejos de ser ejemplares como seres humanos. Walt Whitman fue un poeta excepcional, lo mismo que Edgar Allan Poe, pero sus vidas privadas fueron una ruina. Elvis Presley, un fuera de serie, lo mismo que María Callas, Edith Piaf o Frank Sinatra, son irrepetibles como cantantes, aunque están lejos de la ejemplaridad. Hay, en cambio, seres excepcionales en todos los campos de la actividad humana que son dignos de imitación: la Madre Teresa, el Papa Francisco, Mahatma Gandhi, Florence Nightingale, Martin Luther King, Nelson Mandela, Ángela Merkel, Fray Antonio Alcalde, Edson Arantes do Nascimento (Pelé), Arthur Ashe y Roger Federer, entre muy pocos.

Es aspiración de los mortales alcanzar el reconocimiento social, para lo que debemos tener claro la diferencia entre lo admirable y lo ejemplar. Diego Armando Maradona fue un genio del futbol, sin embargo, su vida, más allá de las canchas, fue un desastre. No supo estar, como ser humano, a la altura de sus cualidades futbolísticas. Fue un ídolo con pies de barro. Siendo admirable, no puede ser ejemplo.

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