Miércoles, 08 de Mayo 2024
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Homenaje al silencio

Por: Martín Casillas de Alba

Homenaje al silencio

Homenaje al silencio

Cuando se da uno cuenta de los beneficios del silencio, dan ganas de mandarle un correo a nuestros editores para que, aparte del título, dejaran en blanco el espacio que ocupa las tantas palabras que escribimos cada semana. Estoy seguro que, de hacerlo, dos que tres lo agradecerían.

En plena recuperación, apreciamos el silencio que definimos como ‘urbano’, como el que resulta en la casa donde vivimos hace treinta años, lejos del mundanal ruido, en Tlalpan Centro, a unas cinco calles de la Plaza, suficiente para estar alejado de la manía de los delegados que aseguran que el ruido, los discursos, la música o lo que sea, es lo que desean sus habitantes, en lugar de respetar el benéfico silencio de la zona, con todo y sus pregoneros y los chorros de agua de las dos fuentes que la adornan.

Aprende uno a observar el paso del tiempo, el viento que mueve las Jacarandas y las sacude para que caigan sus flores, así como en la madrugada escuchamos el despertar de los pájaros en su atareada primavera, organizando su vida, su nido, la comida de sus crías para luego, darse tiempo para que bajen a la fuente para echarse un remojón que tal parece los refresca de las fatigas de la crianza.

Me llamó mucho la atención El silencio en la era del ruido escrito por el noruego Erling Kagge (Ideas, El País, 1.04.18), “un hombre en permanente búsqueda del silencio que nos deja sin palabras”, un hombre que quiso experimentar la inmersión total en el silencio de la Antártida, presuntamente, el lugar más silencioso del planeta, para conocer y enfrentarse a ese vacío durante más de dos meses seguidos. Dice haberse fundido con la Naturaleza y que su cuerpo ya era parte del viento, del Sol y del blanco de la nieve. Durante su estancia se dio cuenta que nos la pasamos huyendo de él.

Pero tal vez el más completo de todos los silencios que he experimentado recientemente no esté en la Antártica sino en la anestesia total: a la una, a las dos y a las tres… y en un instante la nada, el silencio total, tal como lo imagino sucede después de la muerte. Dos horas después, la resurrección, como experiencia personal inolvidable. Sí, efectivamente “lo demás es silencio”.

Sigo recordando cómo pasé del mundanal ruido de los cirujanos y anestesistas, a la nada, al silencio absoluto para no recordar absolutamente nada, un poco diferente a lo que pasa cuando caemos cada noche en ese “inocente sueño, el sueño que entreteje su enmarañada madeja con cuidado, la muerte de cada día, el baño para la fatiga, el bálsamo para nuestra mente dolida, segundo plato de la Naturaleza y principal elemento del festín de la vida”, como se queja Macbeth en el momento que se dio cuenta que lo había perdido para siempre.

En la música el silencio es parte importante de las composiciones como por ejemplo en la Segunda Sinfonía de Mahler (La Resurrección) que hemos escuchado esta semana varias veces en la versión que subió Música en México. Mario Lavista popularizó con buen tino la cita de Rulfo en Luvina, uno de los cuentos de El llano en llamas, para incorporarla como epígrafe en cada uno de los números de la revista Pauta de esta manera:

–¿Qué es? –me dijo.

–¿Qué es qué? –le pregunté.

–Eso, el ruido ese.

–Es el silencio.

En la literatura también tiene sus efectos aunque diferentes a los silencios en la música. Los tres puntos suspensivos crean un vacío que se llena con la fantasía del lector que lo completa, integrando aquello que imagina hace falta.

Ahora que estamos en reposo, volvemos a tomar conciencia de la importancia y el valor del silencio con el que nos apaciguamos y respiramos hondo, para encontrarle el sentido a la vida.

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