Viernes, 26 de Abril 2024

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Gritos sin eco

Por: Gabriela Aguilar

Gritos sin eco

Gritos sin eco

Gritos y llanto se alcanzaban a escuchar en medio de la confusión que generaba el barullo de los niños en la calle. Ella estaba en el suelo del patio del departamento, sometida por los golpes que le propinaba en todo el cuerpo su pareja. Él, encima de ella, la tomaba de la nuca, le apretaba el cabello con los puños y le azotaba la cabeza al piso una y otra vez. 

Él actuaba con tal precisión que cuando sentía que su víctima perdería el conocimiento, la soltaba y le daba pequeños golpes en las mejillas. La refriega paró, ella, que no rebasa los 20 años de edad, se colocó en posición fetal para aquietar el dolor, pero su novio, de aproximadamente 25 años, regresó más enfurecido y armado con un palo para continuar con rigor la golpiza. 

Ocurrió el pasado miércoles en un complejo habitacional del centro de Zapotlanejo. No es la primera vez. Los vecinos no hacen nada -dicen- porque creen que seguramente alguien más llamó ya para pedir ayuda. También se justifican así: “¿Pa´ qué? Ella está así porque quiere”. 

El testigo de este relato por casualidad visitaba la zona, fue quien llamó a la Policía que llegó, tocó la puerta del lugar de la agresión y se fue. Horas después, también él se fue con la firme idea de que en algún momento esa joven no sobreviviría a tanto y se cuestionó por qué nadie alrededor intentaba -por lo menos- llamar al 911 para detener los episodios sistemáticos de violencia. 

Lo anterior es parte del efecto espectador o la indiferencia ante la emergencia ajena que múltiples estudios psicológicos han documentado y que refuerzan el llamado Síndrome de Genovese, “cuando estamos en un grupo se diluye el sentido de la responsabilidad sobre nuestros actos, se asume que otra persona hará la llamada de salvamento o que, al no ver a nadie reaccionando, el problema aparente no es tal” (El Punto Clave, de Malcom Gladwell). 

Una agresión similar ocurrió la madrugada del 26 de mayo en la Colonia Providencia. En esa ocasión, Luz Andrea, de 21 años y con seis meses de embarazo, fue asesinada. La Fiscalía General del Estado informó que buscaría al presunto responsable, pareja de la víctima, que abandonó el lugar. Luego se supo que en ese caso se presentó el mismo fenómeno: los vecinos sabían, escuchaban, observaban, pero no hicieron nada porque “quizá alguien más lo está haciendo”.

Después del 8 y 9 de marzo creímos que se habían dado pasos firmes en la lucha contra la violencia hacia niñas y mujeres; sin embargo, la pandemia vino a restregarnos lo contrario y, peor aún, con la amarga dosis de insensibilidad y apatía que caracteriza al síndrome referido, que nos muestra un panorama más desalentador. Y así, todos, en especial los responsables de impulsar estrategias y crear políticas públicas, sin la autocrítica y alcance necesarios, son los primeros espectadores de este problema que sigue acumulando muertes.

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