Domingo, 27 de Abril 2025

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Gabinete o séquito, Movimiento o camarilla

Por: Augusto Chacón

Gabinete o séquito, Movimiento o camarilla

Gabinete o séquito, Movimiento o camarilla

Los historiadores especialistas en los mayas no terminan por dilucidar qué sucedió con esa civilización, de la que podemos intuir su esplendor a partir de las ruinas admirables que ahora son sus construcciones, por los vestigios escultóricos, artísticos, y por su literatura, la que dejan entrever sus jeroglíficos. Los mayas asombran, están en el imaginario de las y los mexicanos y son referencia en todo el mundo. Qué les pasó. ¿Hambre? ¿Guerras? ¿Sobrepoblación? ¿Crisis medioambiental? De buenas a primeras -por supuesto, observado a la distancia- dejaron de estar, al menos de progresar de acuerdo con la tendencia de su historia, tal como si un tren súbito les hubiera pasado por encima. 

“Animal Político”, el medio distribuido en Internet que privilegia el periodismo de investigación, con Manu Ureste, y “El País”, diario español con una rama en México, con Teresa de Miguel, presentaron sendos trabajos respecto al impacto ambiental que la ocurrencia del presidente López Obrador, el Tren Maya, tendrá en la península de Yucatán. Precisamos: le llamamos “ocurrencia” no por denostar a priori la idea, sino porque durante su desarrollo como proyecto, casi tres años, cambió su ruta, varió sus costos (a la alza), también el destinatario de los pretendidos dividendos que dejará: serán para las Fuerzas Armadas; y su fecha de terminación, la estipulada por el presidente, ha sido germen de otra ocurrencia, removió al líder de su construcción porque no garantizaba lo que el nuevo sí: ceñirse al tiempo límite que estableció López Obrador, cueste lo que cueste, lo que de por sí es otra ocurrencia.

Teresa de Miguel comienza su nota así: “Rodrigo Medellín [biólogo de la conservación, investigador de la UNAM, especialista en murciélagos, que son fundamentales para el ecosistema en la península, incluida la vida humana en ella, claro, pues son los preponderantemente amenazados por la ocurrencia] describe a la península de Yucatán como un queso gruyere. Bajo el suelo de roca caliza se esconde un mundo de ríos subterráneos interconectados, cavernas del tamaño de catedrales y cenotes de aguas turquesas. Entre esos paisajes kársticos [formaciones calizas producidas por la acción erosiva o disolvente del agua] destaca Sac Actun, el mayor sistema de cuevas inundadas del que se tenga registro, no muy lejos de Tulum.” Además, sigue la reportera, alberga resto arqueológicos y de animales que ya no existen. Manu Ureste arranca su texto así: “«Acostúmbrense a bucear entre pilotes». Luis Leal, buzo de cuevas con 20 años de experiencia, asegura que esta es la respuesta que les dieron las constructoras del Tramo 5 Sur del Tren Maya, cuando él y un grupo de ambientalistas se quejaron porque el nuevo trazado de la obra proyecta pasar por encima de ríos subterráneos, cuevas y cenotes, en la zona que va de Playa del Carmen a Tulum, en Quintana Roo.” El remate de la nota de “Animal Político” es lapidario: “«Van a pasar una mole de miles de toneladas por encima de un terreno frágil, kárstico, lleno de cenotes, ríos subterráneos y de selva. ¿En qué cabeza cabe algo así? Es como cruzar el tren por la mitad de Chichén Itzá», critica en entrevista Luis Leal, integrante del Comité Regional de Espeleobuceo.” 

“En qué cabeza cabe algo así” es la pregunta fundamental. A la maravilla natural que es la península de Yucatán le ha tomado 65 millones de años formarse, portento atravesado de fragilidad, quizá en el diseño de la Naturaleza no estaba considerada la acción de la especie humana, la del homo -primordialmente- economicus, que los últimos cien ha puesto ante el abismo la delicadeza de sus selvas, de su suelo, de su única fuente de agua dulce: subterránea, porque sucede que allá no hay lagos ni ríos. En qué cabeza cabe que para que el presidente pueda cortar el listón inaugural de la ocurrencia será necesario talar ocho millones de árboles; tal vez el programa federal que no nos han contado se llama: Talando por su Vida, la de López Obrador.

Pero, por un rato, rehuyamos el señalar a quien cada día instalamos en el papel del villano favorito (méritos acumula, sin duda). La pobreza del país no únicamente debemos medirla en que la mitad de sus habitantes acusa algún grado de ella y no pocos la sufren extrema; tampoco nomás por la desigualdad ominosa; o por la mala calidad de los servicios públicos y la inseguridad que padecemos, es la suma de los indicadores anteriores, y uno extra: pobreza entre quienes rodean al presidente de la República, no dejan rastros de independencia intelectual, de libertad individual, de solidez ética, técnica, ni de ser consecuentes con el cambio climático: a la ocurrencia ferroviaria del mandatario no se ha opuesto nadie en su círculo cercano, y dada la dimensión del mal que se propone infligir, ilusamente esperaríamos reacciones de dignidad, denuncias y renuncias, pero no, porque, realistamente, México sufre esa pobreza que perpetúa a las demás, muy conocida de antes: la de quienes rigen sus destinos validos de la ignorancia interesada, ungidos de abyección.

Pero no hay una sola oscuridad; al primer ingeniero del país, la voz que más retumba en el viejo palacio de los Virreyes, Carlos Slim, le dio por llamar a la unión (alrededor del Presidente). Que lleguen también al hombre más rico de México las protestas por el ecocidio que se cierne sobre la península, que caiga en cuenta de que la altura a partir de la que él mira el paisaje, con todo y la gente, sí, luce uniforme, o de perdida susceptible de ser uniformizado, a su conveniencia. Desde su Olimpo, vecino de Palacio Nacional, la selva es una alfombra, los trenes son trenecitos y hasta las azoteas se ven bonitas.

agustino20@gmail.com

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