Domingo, 19 de Mayo 2024

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El fondo que no tocamos

Por: Augusto Chacón

El fondo que no tocamos

El fondo que no tocamos

El horror. Los círculos concéntricos del horror. En medio, los jóvenes de Lagos de Moreno, humillados y dispuestos por los criminales para consumar el sacrificio. En el siguiente círculo, los criminales, con la cámara para que quede huella y no quede duda. Al borde del centro, pero sintiéndose en él -así será para siempre- las madres, los padres, las familias; y más allá, o más acá, quienes los conocieron, después la comunidad próxima, el país entero, ateridos, casi incrédulos al atestiguar que el horror reclama una vez más su centralidad, como ayer, como cualquier semana.

No hay que estar en el sitio y en el momento en que el horror es posible, reza el aún no escrito manual ciudadano de supervivencia, pero es advertencia estéril: el horror es ubicuo porque el crimen y los criminales que lo imponen son impunemente ubicuos. En el hipotético manual está responsablemente asentada una recomendación: no hay manual que sirva, el horror es constante y espontáneo; no dejará de ser parte de nuestras vidas y brotará en donde menos se le espera, y también en donde no es extraño, sin señales previas, sin que algún meteorólogo del crimen organizado pueda alertarnos, sería como predecir lo cotidiano que simple y sencillamente, es. En ese manual inexistente leemos: no se despreocupen, el horror aparecerá, y aunque se preocupen, nada podrán hacer, huir de su acecho con el analgésico social implicado en la sentencia: el futuro será mejor, es puro ensueño, no confíen en que alguien, tampoco las autoridades, los protegerá: el horror y quienes se sirven de él tienen derecho de vía, de piso y sobre la vida de los demás.

No olvidemos los círculos concéntricos del horror y, primero que nada: no olvidemos que en medio están (el verbo conjugado en presente) los jóvenes humillados y dispuestos, por los criminales, para consumar el sacrificio. El soñado manual asimismo contiene este aviso: la mala memoria es garantía para que el horror permanezca entre nosotros, aviso que es variación de: la mala memoria perpetúa la posibilidad de que las y los incapaces se alcen con los cargos de elección popular.

En uno de los círculos concéntricos más externos están, estamos, quienes ante el horror intentan describir quiénes somos, explican cómo es que llegamos y propiciamos el horror, los horrores, y sirviéndose de sus efectos delinean los recursos políticos, jurídicos, morales, policiacos, de seguridad nacional de los que podríamos echar mano para que la justicia y un nuevo orden sean la consecuencia añorada. Y no faltan quienes entre líneas o directamente claman venganza y señalan culpables: los asesinos por supuesto, y los demás, los que acaban por poner el apellido “organizado” al crimen: gobernantes, autoridades de seguridad, las fuerzas armadas. ¿Cómo hacer para que quienes están en las primeras circunferencias, con su inconmensurable dolor a cuestas, no sientan que son mero pre-texto? Sólo otro caso para sacar a pasear egos. Lograrlo es prácticamente imposible, pero dadas las circunstancias de ingobernabilidad, el silencio, por respetuoso y pertinente que sea, sería interpretado como un triunfo por quienes medran con el estado de nota roja en el que vivimos y morimos, porque, hay que escribirlo, el horror es negocio para los criminales y sus aliados.

A estas alturas de la guerra, las barbaridades tienen una tendencia e invitan a imaginar un futuro de película directamente relacionado con el presente. El hartazgo de la gente se suma a una certeza que, como bruma en el bosque maldito, lo envuelve todo: no hay quien pueda contra los malos. Pero como se trata de una película, el hartazgo es el detonador de la trama. En lo más hondo de la bruma, los malhechores más desalmados analizan la situación, se hacen cargo de que la sociedad los repele y aunque el horror les ha sido útil puede dejar de significar si se empeñan en repetir hechos como el de Lagos de Moreno. Uno de ellos reflexiona en voz alta: las atrocidades que nos hemos visto obligados a perpetrar son culpa de nuestros enemigos, sin ellos en el paisaje los negocios podrían ser tersos, sin sobresaltos de primera plana y con todo y que tenemos un poder considerable, sería decisivo tener a las Fuerzas Armadas a nuestro servicio. Lo interrumpe uno de sus secuaces para hacer de memoria la lista de generales, almirantes y demás oficiales que con buen talante les “echan una mano”. No me refiero a eso, repone el primero, sino a tener formalmente el Mando Supremo que dice la Constitución, que lo detente uno de nosotros. El planteamiento es simple: al compinche que mejor hable, carismático y con ganas de figurar, montarlo en un partido político (no faltará alguno), hacerlo candidato a la Presidencia y que su principal ofrecimiento sea acabar con los criminales, no dejar uno libre, y para estimular a quienes están hartos rematará: no es hora de pensar en los derechos de humanos sino de hacer justicia, que los delincuentes paguen por tanta sangre, por el mucho dolor y el miedo que han sembrado. Será tan convincente -dinero para la campaña no faltará- que ganará y apenas un día después de tomar posesión el Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina desatarán una razia brutal; todos los enemigos del Presidente y de su banda irán a la cárcel o a fosas clandestinas, los indicadores de la incidencia delictiva descenderán espectacularmente. Pagarán muchos pecadores, pero los más de los que caerán serán inocentes; para lo que el presidente ficticio ofreció, detenerse a pensar en el debido proceso es perder el tiempo, hay que dar gusto a la tribuna. Entonces el horror se manifestará de otro modo: será sordo, menos vistoso, la libertad se otorgará según convenga al jefe regional de seguridad que esté al frente y los derechos… no se puede tener todo en la vida. Pero es ficción, por lo pronto no estamos en la disyuntiva entre un horror u otro, o eso parece.

agustino20@gmail.com
 

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