Jueves, 25 de Abril 2024

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El amor, inamovible como un faro

Por: Martín Casillas de Alba

El amor, inamovible como un faro

El amor, inamovible como un faro

Publicar un libro es como tener un hijo, por eso, pido permiso para hablar del recién nacido, por segunda ocasión y algunas de sus características de la nueva versión de los Sonetos de Shakespeare, tan lejanos a una realidad que nos tiene cautivos.

Mejor la ficción en muchos sentidos, sobre todo si a través de esa ficción nos hablan al oído una vez que he podido entender y aceptar que la mayoría de los sonetos, como los que están numerados del 18 al 126, están escritos en relación a un joven noble con quien la voz del poeta tiene una relación homoerótica, al tiempo que va desplegando un abanico de sentimientos que van desde la admiración, el respeto y el amor a la ausencia, los celos y la muerte.

Al final del 127 al 154 nos cuenta sus amores con una morena que le pone los cuernos con su amigo y éste, desesperado, le dice que está bien, que tome todos su amores, sí, que los tome todos, pues, ‘¿qué tendrás ahora de más que no hayas tenido antes?’

Sí, me costó trabajo aceptar que en esta segunda tanda están dirigidos a un joven de la nobleza hasta que consideré las cosas desde el punto de vista isabelino y entendí esa posible fascinación que pudo haber entre un poeta provinciano con un joven de la nobleza, poderoso, rico, culto, extravagante y seductor como los que conoció cuando ponía sus obras en la corte de la reina Isabel.

En esa época los poetas, actores y dramaturgos pertenecían al lumpen, eran lo más cercano a la nada, como dice Borges en Anything & Nothing sobre Shakespeare, quien “a los veintitantos años se fue a Londres e instintivamente, se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie; allá encontró la profesión a la que estaba predestinado, la del actor, que en un escenario, juega a ser otro, ante el concurso de personas que juegan a tomarlo por aquel otro.”

La distancia entre él y un noble sólo podía existir en su poesía. Ahí podía discutir con él de tú a tú, tal como lo hace en cada soneto en donde parece que responde a una pregunta que le podría haber hecho su amigo, como en el 116, le sugiere que si todo cambia, también cambiar su relación. Tal vez, preparaba la salida. Entonces, la voz del poeta le responde directo y a la cabeza: nada de eso, el amor es algo inamovible, como la estrella Polar o como un faro que guía a los que pueden naufragar:

“El amor no es juguete del Tiempo a pesar de esos labios y mejillas rosadas que son parte de la hoz curvada por venir; el amor no se altera con las breves horas, ni con las semanas, sino que perdura hasta el borde de su ruina.”

Tardé en aceptar esa relación pero, cuando pude, los he disfrutado mucho, pues los escribía como si fuera un sueño imposible en donde se podía relacionar, aunque ellos estuvieran encumbrados en el poder como el conde de Southampton o el de Pembroke, sobre todo éste último durante el reinado de Jacobo I. Ese conde fue quien, en 1629, patrocinó el Primer Folio con las obras completas de Shakespeare:

“Algunos presumen de su linaje, otros de su destreza, alguno de su riqueza, otros de la fuerza de su cuerpo o de sus atuendos, aunque la moda sea ridícula pero ninguna de estas particularidades están a mi alcance: a todas las supero con un bien mejor.”

Y una vez que aceptamos y toleramos esa posible relación, no nos importa que en algunos sonetos podemos sustituir el género, de todas maneras los sentimientos e historias se van acomodando en esta rueda de la fortuna que, a veces, nos orilla al vacío.
 

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