Domingo, 25 de Mayo 2025

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El Teatro de las Sombras: Psicología de la Simulación desde el Poder

Por: Guillermo Dellamary

El Teatro de las Sombras: Psicología de la Simulación desde el Poder

El Teatro de las Sombras: Psicología de la Simulación desde el Poder

En el escenario de la política, donde las palabras se visten de promesas y los gestos se coreografían para el aplauso, existe un arte oscuro: la simulación. No es mera mentira, sino una arquitectura psicológica construida para ocultar el vacío tras el telón. Es el acto de sostener una máscara dorada de eficiencia mientras, tras ella, se descomponen las entrañas del sistema. La democracia, convertida en un espejismo, se representa como una obra teatral donde el guion ya está escrito, los actores fingen libertad y el público es invitado a creer que su papel trasciende el de espectador. 

Desde la psicología política, esta simulación no es inocente. Es un mecanismo de defensa colectivo, una disonancia cognitiva institucionalizada. Los gobernantes, cual actores shakespearianos, proyectan la ilusión de control mediante rituales de propaganda: discursos pulidos, estadísticas maquilladas, ceremonias de transparencia que brillan como oropel. La ciudadanía, intoxicada por el relato, participa en un pacto tácito: preferir la comodidad de la farsa al vértigo de enfrentar el caos real. Es aquí donde la corrupción e ineficiencia se arraigan, nutridas por el silencio cómplice de quienes optan por creer en la ficción de que realmente se elige al Poder Judicial.

¿Qué ocurre en la mente humana cuando normalizamos esta simulación? La teoría del doble pensamiento orwelliana resurge: aceptamos que “todo está bien” mientras sabemos, en lo profundo, que no es así. Los medios, convertidos en cómplices, amplifican eslóganes que anestesian la crítica. Las urnas, supuestos altares de la voluntad popular, pueden transformarse en rituales vacíos si los votos se cuentan entre sombras. La democracia se reduce a un holograma, un símbolo desprovisto de sustancia, donde la participación es coreografiada y el disentimiento, marginado como herejía. 

Pero toda simulación genera grietas. La psicología de las masas enseña que el engaño prolongado incuba desconfianza, apatía o, en su reverso, ira. Las redes sociales, aunque manipulables, también destapan brechas en el decorado: un video de un hospital colapsado, un testimonio de soborno, una fila interminable para votar. Son destellos de realidad que perforan la narrativa oficial, recordando que tras la fachada hay rostros cansados, bolsillos vacíos y promesas incumplidas. 

La resistencia a este teatro no nace solo de denunciar la mentira, sino de reivindicar la vulnerabilidad. Reconocer que gobernar no es actuar, sino escuchar; que la política auténtica no teme al caos, sino a la indiferencia. En un mundo obsesionado con las apariencias, la verdadera revolución podría ser colectivizar el coraje de quitar las máscaras, abrazar el desorden y reescribir la obra… esta vez, sin guion predeterminado. 

Al final, la simulación política es un laberinto de espejos donde el poder y el pueblo se reflejan mutuamente. Romperlo exige no solo mirar, sino verse en la imagen distorsionada y decidir si seguiremos aplaudiendo la ficción o tomaremos el riesgo de apagar las luces del teatro para encender, juntos, una nueva lámpara.  

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