Sábado, 20 de Abril 2024

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El PRI y la política de la abyección

Por: Rubén Martín

El PRI y la política de la abyección

El PRI y la política de la abyección

El anciano Partido Revolucionario Institucional (PRI) llegó a sus 90 años de vida y no pudo hacerlo de la peor forma: en una fase terminal con pésimos resultados electorales y en el momento más alto de desprestigio.

El PRI nació como Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929, una coalición de caudillos, generales, caciques y líderes de la corriente vencedora tras la revolución. Éste se transformó en Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en 1938, bajo el impulso reformista de Lázaro Cárdenas. El actual PRI surgió en 1946. El tricolor no nació como un movimiento de masas sino de acuerdos cupulares y sus varias transformaciones de nombre, estructuras y de ideología han sido impuestas desde arriba por el presidente o grupo que ocupa el poder en turno.

Esto es lo que distingue al PRI: la política de la abyección, la sujeción humillante de sus militantes a los dirigentes en turno. El PRI nace de las cúpulas y ese origen fue su destino. Todas las veces que el PRI cambió, fue por imposición cupular. Y los dirigentes y militantes aceptaron sin chistar las transformaciones.

Durante los drásticos cambios que impuso Carlos Salinas de Gortari, escuché a varios cuadros priistas quejarse de las políticas neoliberales del presidente, como la reforma al artículo 27 constitucional, pero siempre en privado. En público lo aplaudían y votaban a favor los cambios que no les gustaban. Estaba de por medio el reparto de “huesos” en el sector público.

Ahora en su noventa aniversario algunos cuadros priistas y algunos comentaristas acríticos tratan de enfatizar los “logros” del viejo PRI: construir un país de instituciones como el Seguro Social, un incipiente sistema de seguridad social, reparto agrario, crecimiento económico sostenido en la segunda mitad del siglo XX y continuidad política que evitó a México caer en el ciclo de las dictaduras militares por el que atravesaron varios sudamericanos.

Es una visión apologista de una fuerza política que también se impuso en el poder mediante los fraudes electorales, es decir el robo de la voluntad popular, la corrupción institucionalizada, la persecución y encarcelamiento de opositores y la represión abierta a grupos sociales que escapaban a su control.

El “éxito” del PRI como partido hegemónico en la sociedad mexicana se construyó sobre el sometimiento de las clases subordinadas. A los sectores de arriba no se les reprimía, se les hacía parte del negocio mediante la corrupción. Gracias al PRI, los campesinos, los obreros, los estudiantes y otros sectores no contaron con organizaciones independientes, sino corporativas que las sometieron al Estado.

Gracias a los gobiernos priistas y sus cuadros de control, la clase obrera mexicana fue derrotada en los periodos de lucha de 1920 y de 1950. A los estudiantes se les masacró, literalmente, para impedir su organización independiente. Los campesinos que ganaron conciencia y quisieron romper con la sujeción del PRI se les impuso una guerra (no es metáfora), como a Rubén Jaramillo en Morelos en 1950 y a distintos contingentes de campesinos de Guerrero encabezados por Genaro Rojas y Lucio Cabañas.

Ese legado de sometimiento de los grupos subalternos, bajo la represión y la guerra, no merece ser festejado. El PRI representa una política cupular y estatal contraria a los intereses de los de abajo. Y por lo tanto, no tiene futuro. 

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