López Obrador es un maestro del simbolismo político, suelen repetir sus seguidores, Y es cierto: ningún Presidente en la historia de México ha manejado el símbolo como él. En este sexenio todo significa, desde el atril en el que cada mañana se comunica con su base electoral hasta los tamales de chipilín. Las aguas de Jamaica y las guayaberas que en Echeverría y López Portillo se veían claramente impostadas, en López Obrador lucen auténticas y naturales. El problema surge cuando los grandes símbolos de su Gobierno se desvanecen porque el contenido se desvirtúa por una razón principal: la ineficacia gubernamental. Son tres las grandes acciones simbólicas del Presidente que han perdido su fuerza por el fracaso en la gestión: el nuevo aeropuerto, la venta del avión presidencial y el sistema de salud.Las tres decisiones fueron manotazos del Presidente al pasado. Cancelar el aeropuerto fue un mensaje de la separación entre el poder público y el económico. Poner en venta el avión significó declararle la guerra a la presidencia imperial. Destruir el Seguro Popular fue un mensaje contra la tecnocracia y la subrogación de servicios del Estado a particulares para poner la mirada en los mejores sistemas de salud universalizada del mundo (con Dinamarca como referente). Los tres símbolos, potentes en sí mismos, quedaron vacíos por la incapacidad para operar.Cancelar el aeropuerto de Texcoco fue una decisión polémica: mandarlo a la base aérea de Santa Lucía e inaugurarlo antes de que tuviera accesos carreteros fue una pésima decisión. Mes a mes el símbolo del aeropuerto Felipe Ángeles pierde fuerza y la gran obra pasó a ser el gran fracaso de la gestión gubernamental. La venta del avión presidencial sufrió el mismo proceso. Haber elevado la aeronave a calidad de símbolo hizo que el significado, magnificado por el propio Presidente, se revirtiera. Pasamos del avión que “no lo tienen ni Obama” al avión que no lo quiere nadie ni a mitad de precio. Que el enorme y lujoso Boeing haya terminado malbaratado a una república desconocida de Asia central para uso y disfrute de un dictador desinfló la fuerza simbólica del avión. El símbolo de la austeridad se convirtió en el de la ineficiencia.El caso del Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi) es aún más grave. El parto de los montes de la Cuarta Transformación fue este Instituto que nació matando de un tajo al Seguro Popular, una institución con muchos defectos, pero que daba servicio a 53 millones de mexicanos. La única virtud que pudo presumir el Insabi fue haber matado a su antecesor, pero nunca tuvo estructura, planeación ni mucho menos capacidad para atender a la población a la que debía servir. El que el propio Gobierno morenista lo haya matado a tres años y meses de existencia convirtió al símbolo de la transformación en el de la claudicación.En política los símbolos cohesionan y amplían los horizontes. Cuando se revierten, hieren y a veces matan.diego.petersen@informador.com.mx