Jueves, 28 de Marzo 2024

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La educación como campo de batalla

Por: Diego Petersen

La educación como campo de batalla

La educación como campo de batalla

Pocas cosas en este país han representado un campo de batalla tan significativo como la educación. Ahí, dentro de las aulas, liberales y conservadores, rojos y mochos, empresarios y líderes comunitarios, han centrado sus grandes causas. No es gratuito: lo que se juega en la educación es la materialización de las visiones ideológicas. Ahí, en la definición de qué se enseña y cómo se enseña se debate el futuro del país.

La revolución mexicana se concretó en dos grandes preceptos: la propiedad de la tierra y la educación. En torno a ellos se han construido el discurso y las acciones de la sociedad civil organizada y los partidos de izquierda y de derecha. Grupos católicos, por citar un ejemplo, han luchado a lo largo de casi cien años por que exista educación religiosa en las escuelas, lo que ellos llaman “libertad de educación”. En el otro bando, en las normales rurales, luchan desde la época cardenista por una visión socialista y emancipadora de la educación.

En los últimos 25 años y con la reforma educativa y laboral del magisterio en el sexenio pasado como buque insignia, se desarrolló crecientemente una visión formativa con énfasis en la generación de capacidades para el trabajo y el desarrollo de habilidades de pensamiento. La reforma propuesta por el actual gobierno, esbozada de manera aún muy somera, sin profundidad ni vinculación presupuestal (como es ya costumbre de la casa) hace énfasis en una educación comunitaria y en el desarrollo de habilidades sociales.

Nada hay más fácil que culpar a la educación de los problemas del país. Si hay escasa productividad, se culpa a la educación deficiente; si hay problemas de violencia y desintegración social, culpamos a la escuela; si el diagnóstico es la pérdida de valores de los jóvenes (un discurso común solo entre los mayores) queremos que los resuelva la escuela. Lo que no está claro, ni en la reforma anterior ni en esta, es qué queremos y para qué queremos educar. La escuela no puede suplir el trabajo de los padres ni otras responsabilidades del Estado, como la seguridad.

Pocas cosas han hecho tanto daño a la educación y por tanto al país como estos bandazos. La falta de una visión de Estado, que vaya más allá de la imposición de la visión del grupo gobernante en turno y de las batallas ideológicas, ha provocado que hoy la educación, lejos de ser un factor de igualación social, sea un elemento de segregación. 

La calidad educativa y la visión social y comunitaria no son ni deben ser excluyentes. La buena formación cívica y cultural no están peleadas con la evaluación. 

diego.petersen@informador.com.mx
 

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