Lunes, 13 de Mayo 2024

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Iglesia y reforma electoral: segunda llamada

Por: Diego Petersen

Iglesia y reforma electoral: segunda llamada

Iglesia y reforma electoral: segunda llamada

Después de años de silencio, la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM), que agrupa a todos los obispos de la iglesia católica en el país, ha hecho en este año dos fuertes llamadas y tomas de postura frente al Gobierno de López Obrador. La primera, a raíz del asesinato (aún impune) de dos sacerdotes jesuitas en la sierra Tarahumara, puso el foco sobre la violencia en el país y en particular sobre el fenómeno los desaparecidos. La segunda, esta semana, en torno a la propuesta de reforma electoral planteada por el propio Presidente, que no dudaron en calificar como una inmoralidad y un atentado contra la democracia.

¿Importa lo que digan los curas en materia electoral? Ciertamente no van a votar en el Congreso de la Unión, como ninguno de nosotros: sólo votarán los 500 diputados y 128 senadores. La mayoría de ellos lo harán por obediencia a su bancada, sea a favor o en contra, por lo que podríamos decir que el destino de nuestra democracia está en pocas manos, un centenar de mexicanas y mexicanos. La importancia radica en que ellos, los que sí deciden, son los que escuchan a esa cosa etérea que llamamos opinión pública.

La iglesia católica sabe el peso que tiene. No hay ingenuidad alguna en el recargón que han dado para inclinar la balanza, no en torno a un partido sino a un sistema de libertades del que ellos son parte interesada. La construcción de la democracia como la entendemos ahora fue producto de muchísimos pequeños movimientos y grandes acuerdos en los que participaron diferentes actores vinculados a la iglesia, que por supuesto no es monolítica y por momentos es abiertamente contradictoria. El caso más evidente de esta contradicción fue en la elección de Chihuahua de 1985 cuando, mientras el obispo de Ciudad Juárez, Manuel Talamaz, daba la batalla por el respeto al voto, desde la Ciudad de México el delegado apostólico del Vaticano, Girolamo Prigione, negociaba el silencio de la iglesia a cambio de intereses que él consideraba superiores: el reconocimiento legal de la iglesia.

La fuerza de los obispos no está, pues, en la influencia que puedan tener sobre diputados y senadores (sin duda la tendrán con algunos), sino en el púlpito, en las parroquias, con los feligreses. Su capacidad de movilización es superior a la de cualquier partido, incluido Morena, y su voz sigue siendo fuerte. La CEM es un actor político en toda la extensión de la palabra.

Las campanas han vuelto a sonar. Es muy aventurado decir a estas alturas del partido cuáles de las propuestas de reforma que ha planteado el Presidente se aprobarán y cuáles no. La supervivencia de los partidos de oposición depende en gran medida de esta reforma, por lo que se antoja difícil que vayan al suicidio político. De lo que podemos estar ciertos es que el recargón de la iglesia católica terminará afectando el resultado de la reforma y que unos gritarán “penal, penal” mientras otros alegarán que fue una carga legal.

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