Jueves, 25 de Abril 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. En esta entrega se transcribe íntegro un espectador del 7 de agosto del 2005 -hace más de quince años-, cuyo manuscrito fue hallado en un fax de aquella época, y adentro de una botella al mar Egeo. Por lo tanto está casi borrado, pero ahí va. Por otro lado, el jardín prospera con los sabios embates de Zorba el joven.

Atmosféricas. Modos del jazmín. Dio por hacer primero un arco en el extremo norte de la pérgola. Luego fue desplegando sus guías y ya fue un muro, primero delicado y luego más denso. Año con año se vuelve más inventivo, desde la azotea es una ola que revienta sobre el jardín con la espuma de sus flores coronando su lomo transparente. De sobra sabe que es el dueño del lugar. Con el látigo suave de sus ramas domina sin dificultades todo lo que encuentra. Así, desde hace setenta años [ahora 85] ha venido estableciendo su reino en este jardín. Sus raíces deben ser muy hondas y su tronco se retuerce y relumbra bajo la lluvia en su considerable tamaño. Los pájaros no se cansan de visitarlo. Descuidado y generoso o deliberado y calculador reparte las monedas de plata de su pródiga cosecha a lo largo de las estaciones. Ciertas noches dispone su maquinaria de modo que su olor hace imposible el sueño. Otras veces, artero hace soñar con cosas imposibles o perdidas. Soberano en su recinto solitario trama con minucia la bienvenida que dará al que regresa y la poción que largamente preparó es bebida como un agua por años añorada. La lluvia minuciosa va mojando cada una de sus hojas, arrulla al jazmín, y entonces sueña a Dios.

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Interludio actual gracias a Denise Montiel: “El secreto, querida Alicia, es rodearse de personas que te hagan sonreír el corazón. Es entonces y sólo entonces que estarás en el país de las maravillas...”

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Umbral de las maravillas. Por esta misma puerta, cuatro maderos y un giro leve, pasó en veces indelebles. Viéndola ahora, desde aquí, parece tan distante. Ese mismo marco tuvo en él instantes en ascuas, el genio y la figura, el pelo aún revuelto, el gesto de asombro por la mañana en llamas. Miel era la luz, como de vidrio el aire. Cruzar un dintel, acercarse al brocal del día: por los siglos que vendrán guardarán unos ojos esa estampa, ceniza alucinada.

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Una muchacha que lo volvió de aire. Dio en no querer verlo, esos mismos, preciosos ojos que antes le dieron consistencia y peso, lo borraron. De calles, campos, renglones y jardines desterrado cayó, lejos de su gracia. Hecho de viento y nada, de sombra y de olvido amargo, de humo fue. Invisible, miraba sin embargo esa mirada. Ahora mi nombre es nadie, volvía a repetir operación. la muchacha en la medida que pacientemente hacía por bórralo, Ariadna extraviada, más recordaba, y en su retina iba quedando, más honda, la huella de lo perdido.

jpalomar@informador.com.mx

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