Miércoles, 24 de Abril 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. Sigue la oscura ola dejando atrás penas y lutos, historias de entereza y compasión. El jardín florece temprano y las primaveras llegan a sus más intensas floraciones cuando recién comienza la cuaresma, y un amarillo de invencible júbilo ilumina aquí o allá a la ciudad así esclarecida. Continúan los pájaros furtivos ejecutando leves proezas sobre la terraza de las mañanas.

        

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Hace décadas sucedía y los renglones siguen indelebles en la memoria. Una manera fue de darle forma a los días, color al tiempo siempre en fuga. Todo consistía en pedir a la muchacha que se dignara a traducir ciertas canciones que por entonces tanto significaban. Así, a lo largo de meses y de años la agraciada escritura con su tinta azul fue desenvolviendo una poesía siempre esencial, justa en sus vaivenes sobre músicas afortunadas. Tiempo después, en un pueblo de Francia, a la salida de un memorable concierto, los espectadores se regocijaban largamente en el bar cotidiano. Entre el gentío y el denso humo de la hora apareció el cantante, mirada de lobo en calma, melena como de patriarca griego. Se perdió entre las mesas, y tantas tonadas se fueron tras de él y su leyenda. Se llamaba Georges Moustaki.  

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El faro sigue emitiendo sus señales desde su íntimo rincón. La luz del poniente llena el cuarto en silencio y la oscuridad avanza como un telón de gasa. Es entonces cuando el faro comienza a enviar sus mensajes. Algo dice, entrecortado, del día que se aleja, de la noche que llega con sus promesas cumplidas. El parpadeo de la luz, su ojo intermitente, da así cuenta de los rumbos a mantener, de los riesgos de ciertas travesías, del peligro que algunas bordadas guardan. Y de navegaciones venturosas al filo de mañanas que cantan. Sube la marea, los días pueden ser ásperos y las noches arteras: la silueta del faro se agiganta, su estatura mide la inmensidad que aquí se detiene.

        

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Se llamaban The Ventures y hacían un rock instrumental inquieto y bullanguero. Sus guitarras sonaban como ninguna que después se ha oído. Eran los años tempranos dentro de una vasta casa de trasuntos art-nouveau. Se develaban por entonces las muchachas, un brío invencible llenaba el aire de parabienes y augurios. Los Ventures, no se sabía entonces, quedarían grabados para el resto del tiempo y sus devenires.

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De Francisco Martínez Negrete, siempre:

En el punto más alto de tu vida

voltéate a mirar

las estatuas de sal de tus amores

escaleras lamidas por el mar

Revisa todas las escenas de tu vida

luego préndeles fuego.

Empieza desde cero cada día.

jpalomar.informador.com.mx

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