Viernes, 26 de Abril 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. Días de octubre con su carga de cielos muy azules y las proverbiales lunas que, desde el fondo de los tiempos, son un sinigual deslumbramiento. El aire templa sus cuerdas sobre las que el tañido de las campanas va dejando una huella sin duda efímera, tal vez perdurable. Los barrios así se llaman y se interpelan, desde las diversas voces de bronce que pueblan la estación. Las siluetas de torres y campanarios se unen a esta múltiple convocatoria para el silencio y la paz.

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Del trajinar de las calles. Una esquina transitada, los vehículos en tensa espera, se estira la duración del minuto para la pareja que entonces comienza sus esmerados movimientos. La muchacha, en el aire, es la personificación de la gracia y el espejo fiel de sus años que florecen. El muchacho, reconcentrado en la coreografía, es la estampa del terreno arraigo, la complementación exacta del vuelo de su pareja. Ya para terminar quedan los segundos bien contados entre que el acto termina, y la recolección del justo óbolo se realiza. Algo cambió, imperceptiblemente, en la reunión de danzarines y conductores que supo fijar, sobre la garganta misma del día, una muesca indeleble de gracia y ánimo invencible.

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Un refugio para divisar más lejos. Una ladera de una comarca generosa, oleadas de árboles ascienden con vigor la sierra prodigiosa. En un balcón del lomerío alguien dejó una larga respuesta a la topografía del lugar, a los soles que se suceden sobre el paisaje. Son dos pabellones muy blancos, coronados con techumbres de tejas bravías y jóvenes. A los extremos, un par de torreones fijan el extremo, y por la tensión que generan entre ellos, el centro exacto de la composición  toda. Y allí, en el vació que se fija por la interrupción de la doble marcha de los pilares, hay solamente la piel tensa de un estanque, el siempre renovado chorro del agua que desciende puntual al encuentro del día. Días hay en los que el chorro cesa, en los que la vasta maquinaria de las aguas cambia su régimen. El breve silencio se amplifica entonces, en espera siempre de que el agua vuelva a verter su milagro ahora interrumpido.

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De Carlos Pellicer:

Estudios

I

Relojes descompuestos,voluntarios caminossobre la música del tiempo.Hora y veinte.Gracias a vuestropasolento,llego a las citas mucho despuésy así me doy todo a las máquinasgigantescas y translúcidas del silencio.

II

Diez kilómetros sobre la víade un tren retrasado.

El paisaje crecedividido de telegramas.

Las noticias van a tener tiempode cambiar de camisa.

La juventud se prolonga diez minutos,el ojo caza tres sonrisas.

Kilo de panoramaspagando con el tiempoque se ganaperdiendo.

jpalomar@informador.com.mx

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