Atmosféricas. Oído a medio jardín: “Ora lo verás muchacha, te voy a montar sitio. Saldrás de tu castillo hincada, directo a mis brazos. Te diré cosas que jamás imaginaste, enrojecerás hasta tus raíces. Pero no dejarás de oírme nunca. Cada vez que no me veas sentirás un escalofrío que te hará paralizarte a la mitad de una frase, en medio de una plaza. Y cada vez que me veas el sudor perlará tu frente y una humedad insoportable habrá de sembrar en ti el terror y el deseo. Estaré entre las líneas de tus libros, en algún rincón de tus dibujos, debajo de tu cama, enredado en el plúmbago que tan bien cubre el muro de tu patio. Y cuando las campanas de la iglesia del barrio doblen, sabrás que estarán doblando por mí. Y por ti. Ora lo verás muchacha.**De hace exactamente veinte años esta espléndida, conmovedora, entrevista para Le Monde de Álvaro Mutis, el inolvidable, un poeta central para toda una generación, y para las que la han seguido. Fue, esta entrevista, posiblemente poco después de una visita tapatía, la vez que el maestro fue llevado a conocer todos los rincones del Palacio de las Vacas, por entonces en proceso de restauración. Acto seguido probó el Caballito Cerrero. Y nunca volvió a beber otro tequila. El flujo de las cajas del mejor tequila del mundo rumbo a México nunca se detenía.Álvaro Mutis con algunos caballitos de tequilaNacido en 1923 en Bogotá, en Colombia, Álvaro Mutis no ha vuelto a su país natal sino después de una juventud y una educación en Bruselas. Su Tríptico de mar y tierra se conoce en francés bajo el título que el editor ha escogido, Le Rendez-vous de Bergen (traducido por François Maspero para Grasset). Sus grandes encuentros con los acantilados no tienen menos que ver con la tradición de la novela latinoamericana que con la poesía europea: Michaux, Pessoa, se ha dicho con frecuencia, sino también, más secretamente, Marcel Thiry (te embarcabas a bordo de tantos steamers de los que por desgracia ninguno ha naufragado…). Él ha representado a la Standard Oil, trabajado para algunas compañías de cine estadounidenses, prestado su voz para el doblaje de Los intocables, todo esto mientras publicaba discretamente su poemario Los elementos del desastre. Allí ha instalado su personaje de Maqroll el Gaviero –de quien la Suma sirve en principio de título a su obra poética (1982)- bajo el espejo de la novela, lo mira escaparse de puertos helados a cementerios de barcos, desde barcos de carga envueltos en la niebla a lo largo de la remontada de un río absurdo, sin lograrlo nunca. En 1989, La nieve del almirante recibió el Premio Medicis para una novela extranjera.La escena sucede en México, pero no en la tranquila morada de Álvaro Mutis: No en su cuartel de San Jerónimo, donde bien se sabe que habitan sus gatos meditabundos, su callejón “Louis Ferdinand Celine”, el patio que preside un imperial plátano bonachón, hasta el centro nervioso de las operaciones, una máquina Smith Corona muy anterior a las máquinas ordenadoras; en los entrepaños, ediciones originales, entre otras, de Apollinaire, de Valery Larbaud, biografías de monarcas a raudales, la obra de Julien Green, más las fotos de Joyce, Conrad o Bauderaire; esta mítica casa, es François Maspero quien la ha descrito con lujo de precisión. (“Le monde des libres” 23 de febrero de 1996).La escena sucede alrededor de un caballito de tequila de la marca Cascahuín. El tequila, al que ha dedicado una oda, juega un papel central en la obra de Mutis. “No bebo más que Cascahuín. Es difícil hallarlo. Con la moda, la producción de tequilas se intensifica, la calidad baja; cuando se busca la producción artesanal, su esmero, sus secretos, es necesario tomar esas penurias con paciencia. Se encargan dos cajas, no viene más que una, y además, luego de tres semanas. Ya nadie observa los tiempos indispensables para su elaboración. Cada que voy a Francia, mi amor por el país es ensombrecido por los infames tequilas que allí se beben: horribles, vulgares, adulterados, es un dolor inmenso. Como si perdiera dos veces mi país.”Álvaro Mutis tiene setentaicinco años. El porte derecho, el bigote “garciamarquesino”. Carmen, su mujer, ve por sus progresos recientemente entorpecidos por una chuecura. De entrada, parece casi de su edad, salvo los ojos y la voz que tienen treinta años menos. Algunas horas y algunas historias y algunos caballitos más lejos, se diría un gandul. La risa explosiva además. Los gandules son reconocidos por su frescura, pero prácticamente no por su risa. Sobre todo esta risa gigantesca: “En París, llego siempre al mismo hotel, en la calle de los Saints-Pères. Es muy tranquilo. Mi primera visita es para el Sena, al final de la calle. ‘¡Así que hete aquí! Soy yo Álvaro, estoy de regreso, eres siempre tan bello. Sé que has fluido, desde la última vez, no te mortificas. Pero no cambias. He pensado en ti todos los días. Pero eso nada tiene que ver con el esplendor de verte’.” Bajo la Vía Láctea, en camino hacia para Tolosa y Trieste, a falta de tequila digno de este nombre, compone toda clase de odas a los sauternes y a los côte rôtie. Es Buñuel quien le ha instruido a leer a Bataille: “Pero después era más imperioso, me llamaba para verificar. Prohibido equivocarse. No cejaba.” Tiene sobre los escritores con los que se cruza pareceres muy chistosos y difíciles de mencionar antes de algunos siglos: salvo sobre Gabo (Gabriel García Márquez) y algunos otros. Chateaubriand, las Memorias del Cardenal de Retz y las del Príncipe de Ligne. Colette y Céline, Balzac o Simenon, los dos leones de la derecha panfletaria, Bloy y Daudet, constituyen el fondo de su gran biblioteca de Francia. “¿El antisemitismo? Ha conducido directamente al horror absoluto. Las democracias caen en sus propias trampas algunas veces, no saben resistirse a sus debilidades. Por esta razón me parece que una personificación de la voluntad popular dentro del contexto de la monarquía se convierte en una posible fuente de equilibrio. Yo guardo una profunda amistad con Juan Carlos, rey de España. Estoy profundamente ligado a la religión, a mi fe, pero odio la vaticanería y sus canallas. Varias veces he sido invitado a conocer al Papa. No he ido jamás.”No se demora en su estancia de quince meses en la prisión de Lecumberri. ¿Motivo? Se aprovechó de sus funciones de representante de la Standard Oil para desviar fondos en favor de la oposición al régimen militar de Colombia: “¿Eso no se hace, es cierto?”Mil veces, se le ha planteado la pregunta, por qué privarse de ello: Ha encontrado a Maqroll el Gaviero, su personaje fetiche, su criatura que, como sucede, lo reta. ¿Existe demasiado? ¿Es un poco él mismo, o es más, su doble? “Sí la única vez que he visto con mis ojos a Maqroll fue en Barcelona, la ciudad del Carmen. Es una ciudad que adoro. Ante la Sagrada Familia giraba una banda de danzantes la Sardana. Es una danza que me transporta de gozo. De repente, un tipo salido de ninguna parte, un gran diablo elegante con la crin de seda, se unió a los danzantes lo más naturalmente del mundo, sin que nadie lo hubiera sentido hacerlo, el aire grave y sin sonrisa alguna, era él, Maqroll, más allá de toda evidencia. Fue extraño, porque en el mismo instante, sabía yo muy bien que era un fulano como cualquiera, sin duda lleno de mariguana, ¡pero bueno!, las evidencias son las evidencias.”¿Ha intentado librarse de él, del personaje, no del danzante de sardana, Maqroll el Gaviero? ¿Ha querido matarlo en el relato? “¡Oh, claro que sí, dos veces! Casi lo logré. Pero aguanta. Es sólido. Los lectores lo defienden y mis colegas también. Gabo me escribió a propósito; ‘Te prevengo. De hombre a hombre. No tienes el derecho. Si lo haces desaparecer, te pongo pleito ante la justicia. Por homicidio voluntario,’”jpalomar@informador.com.mx