Atmosféricas. El viejo árbol se aguarda. Maestro que viene desde el fondo de los tiempos, imparte sus lecciones para todos y para nadie. El aire compone un himno imbatible cuando pasa entre sus frondas y hace que la sangre se incendie mansamente. Casa de tantas vidas, sembradora de consolamientos y venturas, la ceiba eleva su estatura y ejerce un clemente señorío sobre el jardín completo. Busca con parsimonia la continuación de su especie, sabe que para eso también, y esencialmente, dura. De allí la preparación por milenios de unas gentiles granadas, breves y muy verdes, que hace estallar cuando la estación es propicia. Del fruto enigmático salen a su tiempo unas pequeñas nubes que el viento se encargará de dispersar hasta los últimos confines del imperio. Así, a la hora señalada, viene el viento y hace volar, breves nubecitas, la segura preservación de la especie. Desde la terraza rota, todo a lo largo de la torre abolida del vigía inconsolable, se mira un cúmulo de estambres que flotan con la certeza de que, una entre todas ellas, depositará su envío en el lugar exacto. A la sombra de esa resplandeciente nublazón, discurren las horas destrozadas de una primavera ahora irreconocible. Tipontate se afana, la laguna emite destellos fraternos, instantáneas noticias favorables se hunden en una sola palabra. Ah del triángulo verde, ah bien que traspasa el filo de la navaja. **San Juan Cosalá yace en toda su gentil humildad bajo un sol implacable. Calles largas por donde asoma de vez en cuando la rota belleza que los años y la tontería se llevaron. Queda, incólume, el resplandor de la blanquísima parroquia, el vuelo liviano de su torre de tan refinadas formas que podría bien navegar sobre la misma Serenísima. Alguien optó por descubrir, en el interior, las bóvedas de recias piedras, los muros macizos y fieles. Es así que, el que pasa, después de trasegar su andanza a lo largo del pueblo quieto y sus muros encendidos, se encuentra ahora acogido por una penumbra sabia, bienhechora, como si estuviera ahora en el seno de alguna gruta hospitalaria. En el ábside espera el Cristo, inmutable y doliente desde los siglos que su factura revelan. Caña y barniz, pelo verdadero, pero menos verdadero que el tranquilo resplandor que el crucificado emite. Desde una de las últimas bancas el que pasa espera el prodigio. Pero éste sucede ya frente a sus ojos antes encandilados. Entre el altar y el retablo, alguien levanta su plegaria bajo él, bajo el Cristo Sanjuanito. La cariñosa nombradía de la advocación que la buena gente le ha dado a través de las generaciones revela una entrañable y larga costumbre de los milagros por él concedidos.Alarga sus peticiones, que siempre son alabanzas, el devoto señor, casi invisible tras el presbiterio. Apenas si un murmullo, como de agua que corre, llega al fondo de la nave. Al fin termina el esperanzado -quizás el contrito- sus rezos, su rebelión, su bravía invectiva, tal vez su llana relatoría de regresado de muy lejos. Recorre entonces la nave, camina junto al que pasa con una invisible aura de quien cumple su ardua promesa hecha bajo otros cielos. Desciende el absoluto silencio. Dice el que pasa que no supo cuándo encaminó sus pasos, cuándo ocupó el lugar del recién ido. Ni cuándo se elevó frente al Cristo un torrente manso de glorificaciones y reclamos, de agradecimientos y esperanzas. No sabe cuánto duró la audiencia, pero una señal secreta lo condujo rumbo al atrio desierto. Todo era lo mismo, las sombras se habían alargado imperceptiblemente, todo era distinto. Un trabajoso aleluya acompañó al que pasa rumbo a su casa ya bendecida.**De los años turbulentos y recios llega una tonada de combate, una rebelión violenta en toda su dulzura. Llega el recuerdo del Roxy encendido por todos sus costados, brillante bajo el frenesí nunca antes visto, y tampoco después, del slam más prendido que darse pueda. Los muchachos sabían muy bien que en la bárbara ceremonia se jugaban la vida, se jugaban el gozo y la redención. Una de las canciones da exactamente en el centro de la Diana del corazón. Y sigue acertando, despiadada. Era todo el poderío de Mano Negra. Amor y Odio:Amo tus labios Y también tus piernas Amo tus labios Qué garbo llevas Amo como vistes Y también tu sonrisa Te quiero, te quiero Te quiero mientras Ni siquiera me miras Y enloquezcoPor todas las mujeres Que jamás he tenido Canto mi canción De odio y de amorOdio a los muchachos Que caminan a tu lado Odio mis sueños Nunca cumplidos Me odio, niña Por mi timidez Te odio, te odio, Te odio mientras Ni siquiera me miras Y enloquezco Por todas las mujeres Que jamás he tenido Canto mi canción De odio y de amorTú la novia del vecino Tú niña de las revistas Tú pájaro del desnudo Del inframundo Tú dulce adolescente Tú pequeña dama Tú en tus treinta largos Dulce japonesa Ornella Muti Tan bonita señorita Ustedes son mi locura Ustedes son tan bellasPor todas las mujeres Que jamás tuve Canto mi Canción De amor y de odio Por todas las mujeres Que jamás he tenido Canto mi Canción De odio y de amorSé que nunca fuiste mía Ni lo has sido ni lo eres Pero de mi corazón Un pedacito tú tiene Tú tiene, tú tiene Tú tiene, tú tiene Y no lo sé, no lo sé No lo sé, corazón A mí nada me ardeAmo tu cuerpo Niña qué estilo tienes Vuelas tan alto Mientras por aquí pasas Me hace reír Y luego llorar Hace que me quiera morir En mi sinrazón Por todas las mujeres Que jamás tuve Canto mi canción De amor y de odio Por todas las mujeres que jamás he tenido Canto mi canciónPues eso.