Miércoles, 17 de Abril 2024

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Cartilla Moral: un gran pasado en el futuro

Por: Diego Petersen

Cartilla Moral: un gran pasado en el futuro

Cartilla Moral: un gran pasado en el futuro

La reimpresión y distribución masiva de la Cartilla Moral de Alfonso Reyes ha causado mucho debate y no menos confusión, entre otras cosas por la forma en que el propio Presidente ha manejado el asunto.
Para López Obrador la historia, que él acomoda a su antojo, es una especie de religión de la patria, donde héroes sin mácula, hombres unidimensionales que no tienen lado oscuro, que no tienen biografía sino hagiografía (como se les llama a las historias de vida de los santos) construyen un país ideal mientras los malos, que no tienen arista buena, destruyen al pueblo. En este contexto, recuperar la Cartilla Moral de Alfonso Reyes es el equivalente a reeditar el catecismo de Ripalda, y pedir que se lea en familia no es muy distinto a recomendar el rezo del rosario.

El texto de Alfonso Reyes (el mejor prosista en lengua española según Borges) hay que ponerlo en contexto. Fue escrito en 1944 por encargo del secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, en un momento en que lo que buscaba el presidente Ávila Camacho era contrarrestar el impulso de la educación socialista que había echado a andar su antecesor, el presidente Lázaro Cárdenas.

Conocer el pasado es fundamental para una nación. Pero conocer implica investigar, debatir, confrontar, reinterpretar la historia que no es una sino muchas

El texto leído hoy suena viejo, conservador y por momentos absurdo, pero tiene como objeto volver a poner sobre la mesa la discusión sobre la moral pública y la construcción del bien común. Leerlo como un texto histórico, con la prosa de Reyes como incentivo adicional, tiene sentido. Plantearlo como la base de la reconstrucción moral de la sociedad y, según plantea el propio Presidente en el prólogo a la nueva edición, “un primer paso para iniciar una reflexión nacional sobre los principios y valores que pueden contribuir a que en nuestras comunidades, en nuestro país, haya una convivencia armónica y respeto a la pluralidad y a la diversidad” es no solo anticuado sino indeseable pues hay en él muchos de los anatemas que, gracias a una modernidad que avanza lenta pero segura, hemos superado.

Conocer el pasado es fundamental para una nación. Pero conocer implica investigar, debatir, confrontar, reinterpretar la historia que no es una sino muchas, y que no son sino narraciones actualizadas y mutantes de lo que sucedió. Idealizar el pasado no es una forma de conocimiento sino de ideologización y por lo mismo corre el riesgo de que nos quedemos atrapados persiguiendo el fantasma de lo que ya no somos; atorarnos, como las familias de alcurnia, creyendo que tenemos un gran pasado en el futuro, o diría Carlos Monsiváis, “en la ilustre heráldica del vacío”.

(diego.petersen@informador.com.mx)

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