El sol atravesaba los árboles. Manchas de luz sobre el camino. El aire olía a pino, eucalipto y tierra húmeda. Caminé despacio. Observé. Un domingo en Colomos no es un domingo cualquiera. Es una ceremonia. Un ritual tapatío.Familias a la mesa en las zonas de picnic. Niños corriendo. Corredores y corredoras. Parejas bajo los árboles. La ciudad respiraba distinto aquí. Más despacio. Más profundo. Más verdad.Una ardilla cruzó frente a mí. Pequeña. Nerviosa. Decidida. La seguí con la mirada. Se detuvo junto a un árbol. Me observó. Yo a ella. Reconocimiento mutuo de extranjeros en territorio ajeno.—Son más listas de lo que parecen —dijo una voz a mi espalda.Era un hombre mayor. Camisa a cuadros. Bigote canoso. Ojos arrugados por el sol y la risa.—¿Las ardillas? —pregunté.—Especialmente la que está mirando. Es famosa. La llaman La Empresaria.Me contó entonces la historia. Era simple. Una tarde de domingo. Una familia. Un billete de quinientos pesos. Una ardilla ladrona. Una persecución entre árboles centenarios. Risas. Videos en teléfonos. El billete abandonado bajo un arbusto.—¿Cree que sea cierto? —pregunté.El hombre se encogió de hombros. Sonrió.—En Guadalajara, las leyendas urbanas siempre tienen algo de verdad. Como la ciudad misma.Se alejó. No le pedí su nombre. No importaba. Era parte de Colomos. Como los árboles. Como el sendero. Como la ardilla.Seguí caminando. Llegué al Jardín Japonés. Mujeres con sombreros. Hombres de manga corta. Niños asomados al estanque. Peces naranjas y blancos. Un puente de madera. Agua que caía de piedra en piedra. Todo tan lejano. Todo tan tapatío al mismo tiempo.Me senté en una banca de madera. Saqué mi libreta. El bolsillo de mi camisa estaba vacío. Revisé los otros. Nada. El boleto del estacionamiento había desaparecido.A unos metros, la misma ardilla me observaba desde la base de un árbol. Algo blanco entre sus dientes. Mi boleto.Reí. Solo. Como un loco. La ardilla desapareció entre los arbustos.He cubierto revoluciones. He entrevistado presidentes. He visto caer imperios. Pero esta era la primera vez que una ardilla me robaba. Así es Colomos. Así es La Gran Guadalajara. Te sorprende cuando crees que ya nada puede sorprenderte.El bosque siguió su rutina. Indiferente. Eterno. Verde sobre verde. Rumor de hojas. Risas lejanas. Algunas historias son verdad. Otras podrían serlo. No importa la diferencia. Lo importante es que aquí, en este pedazo salvaje en medio de la ciudad, Guadalajara conserva sus secretos. Sus misterios. Su capacidad de maravillar.Una ciudad que puede mantener un bosque como este en su corazón es una ciudad que merece ser contada. Una ciudad que permite que las ardillas roben billetes de quinientos pesos y se conviertan en leyendas urbanas es una ciudad que no ha perdido su alma.El sol comenzó a caer. Las familias recogían sus mantas. Los vendedores de paletas levantaban sus hieleras. Me levanté. Caminé hacia la salida. La ardilla no volvió a aparecer. No necesitaba hacerlo. Ya había hecho su trabajo. Me había dado una historia. Una más para entender esta ciudad que sigue sorprendiéndome después de dieciocho años.La Gran Guadalajara. Verde y concreta. Moderna y antigua. Salvaje y perfectamente urbanizada. Como Colomos. Como la ardilla empresaria. Verdadera incluso en sus leyendas.