Viernes, 26 de Abril 2024

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Caer medio muerto de envidia

Por: Martín Casillas de Alba

Caer medio muerto de envidia

Caer medio muerto de envidia

¿Cuántas veces hemos sentido tristeza o coraje al no tener lo que otros tienen? ¿Cuántas veces sentimos una opresión cuando queremos hacer lo que otro hace y no podemos? Es imposible ser feliz si tenemos envidia y todo por no poder aceptar nuestros límites.

“No soy lo que soy”, (“I am not what I am”) como le dijo Yago a Rodrigo en Otelo y que ahora es el título de una cantata parateatral que dirige Roberto Eslava, basada en la envidia, que podemos ver en el Teatro Julio Castillo, de la CDMX, estructurada con textos de Shakespeare, Milton y Byron, tema que me provocó para contarles lo que le pasó a Dante por envidia:

A los nueve años Dante Alighieri (1265-1321) conoció a Beatriz Portinari y se enamoró de ella para siempre. Nunca pudo estar a su lado y si la veía era de lejecitos para saludarla a distancia, si bien le temblaban las rodillas y le sudaban las manos.

Desahoga esa imposibilidad escribiendo la Divina Comedia en donde decide que Beatriz sea quien le consigue el permiso divino para incursionar en el Purgatorio, en los infiernos y, al final, imagina que entra con ella de la mano al mismo Paraíso para ver lo que nunca había visto, escuchar lo que nunca había escuchado e imaginar todo eso que se sostiene por la fuerza del amor, lo único ‘que mueve el sol y a las demás estrellas’, como escribió al final de su Comedia:

“A la alta fantasía le faltaron aquí fuerzas; pero giraban mi deseo y mi voluntad como rueda que es movida por el amor que mueve el sol y a las demás estrellas.”

La imposibilidad de estar con Beatriz se convierte en la razón de su poesía y de su vida sin importarle que conociéramos lo que dice le pasó después de ver a Francesca da Rimini y Paolo, su amante, juntos en el Infierno, tal como lo cuenta en esta historia que empieza así:

“Cuando vi a aquellas almas heridas incliné la cabeza; y tanto tiempo la tuve así, que el poeta Virgilio me dijo:

–¿En qué piensas?

–¡Oh infelices! –dije al contestar. ¡Cuántos dulces pensamientos, cuántos deseos llevaron a éstos al doloroso trance!
Luego me volví a ellos y les dije:

–Francesca, tus martirios me hacen llorar de tristeza y piedad. Dime: ¿cómo y por qué les permitió el amor esos turbios deseos?

–No hay mayor dolor –replicó ella– que acordarse del tiempo feliz en la miseria. Bien lo sabe tu maestro. Pero, si tienes tantos deseos de conocer la primera raíz de nuestro amor, te lo diré mezclando las palabras con el llanto: leíamos un día, por gusto, cómo el amor hirió a Lanzarote. Estábamos solos y sin cuidados. Nos miramos muchas veces durante esa lectura y nuestro rostro palideció; pero fuimos vencidos por este pasaje: cuando leímos que la deseada sonrisa fue interrumpida por el beso del amante, éste, que ya nunca se apartará de mí, me besó temblando en la boca. Galeoto fue el libro y quien lo escribió. Aquel día ya no seguimos leyendo.

“Y mientras que un espíritu decía esto y el otro lloraba, sentí un desfallecimiento de muerte y caí como caen los cuerpos muertos.”

Según Borges, eso de caer como un cuerpo muerto, tal como lo cuenta Dante, fue por envidia de no poder ser como Francesca y su amante que siguen juntos aún en los infiernos. Él nunca pudo estar junto a Beatriz, excepto en su imaginación, como en este ilusorio encuentro en donde sabemos que Dante cayó al suelo como si estuviera muerto después de verlos en el huracán del segundo círculo del Infierno y darse cuenta que él nunca pudo estar como ellos unidos para siempre.

Entonces, cayó al suelo como ‘caen los cuerpos muertos’ de pura envidia.

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