Sábado, 26 de Abril 2025

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Ideas | La página de mis recuerdos

El despacho

Por: Abel Campirano

El despacho

El despacho

Uno de los más bellos recuerdos que tengo era ir durante mis vacaciones al despacho que tenía mi abuelo en el quinto piso del Edificio Lutecia, despacho 305, edificio que estaba en Juárez esquina con Colón en la acera Poniente, exactamente en lo que hoy ocupan una tienda departamental y un centro universitario.

En aquellos tiempos era común que los despachos y oficinas estuvieran ubicados en edificios; ahora es frecuente que se acondicionen casas habitación para tal efecto. Los edificios más conocidos eran precisamente el Edificio Lutecia, el San Francisco que estaba justo en la acera de enfrente, el Barreto cuya entrada estaba por Juárez en el portal, el Edificio de La Nacional que se encontraba en Prisciliano Sánchez y 16 de Septiembre, el Genoveva, el Mercantil, el Edificio Mercantil, el Edificio Plaza frente a Palacio de Gobierno en lo que hoy es un hotel, el Edificio Emisa, en Juárez y 16 de Septiembre, el Mulbar en Madero y Corona y otros más que tienen historias que más adelante les contaré.

El Edificio Lutecia, llamado así en recuerdo de la ciudad prerromana conocida con ese nombre, hoy París, tiempo después compartió espacio con El Nuevo París, una tienda de gran prestigio y que fuera la primera en su tipo que contó con la magia de las escaleras eléctricas. Afuera estaba la antigua Plaza de la Universidad, contigua a lo que hoy es sede de la Biblioteca Iberoamericana, y en la plaza estaban las sombrillas que le dieron su nombre y en la cafetería adjunta preparaban unas deliciosas malteadas y, desde luego, el aromático café. Volviendo al despacho, los recuerdos se agolpan pero trataré de ordenarlos.

La puerta de ingreso era de madera, siempre lustrosa. Adentro siempre olía a café, parecía que estaba en una cafetería, ya que a mi abuelo le gustaba mucho y siempre contaba con café caliente a todas horas. Sus muebles de madera y piel, anchos -macizos, como decían sus clientes- y, al fondo, tenía un ventanal que daba a la calle de Galeana y desde ahí podía ver sin problema alguno los Arcos (inaugurados en 1942) y, al fondo, el Cerro del Colli.

Un ventanal tenía vista lateral a la Avenida Juárez y permitía que la sala de espera estuviera siempre iluminada, aunque me gustaba que encendieran una lámpara de piso que estaba a un lado de los sillones, que le daba un aire más acogedor. Los sillones eran de piel, mullidos; en más de una ocasión disfruté de “la siesta del perro”, como decía mi abuelo: un ratito de descanso en mis “arduas” labores de ayudante de mi abuelito.

En la mesa de centro estaban el periódico del día, obviamente EL INFORMADOR, así como revistas como Visión, Life, Selecciones, Jueves de Excélsior, Revista de Revistas y Sucesos, la mayoría -salvo la tercera- ya no se editan, y servían para que los clientes hicieran más relajada su espera, aunque debo decir que mi abuelo era de lo más puntual y, salvo casos excepcionales, jamás hacía esperar a sus clientes.

Su secretaria, Lupita, era muy atingente en sus atenciones; también muy puntual y siempre tenía la oficina limpia y ordenada, y en su escritorio, uno marca H. Steel y Compañía, cubierto por un vidrio grueso siempre reluciente, inmaculado, y bajo el vidrio tenía colocadas artísticamente las tarjetas postales que iba coleccionando, tanto personales como las que le enviaban sus familiares y amigos.

Por aquellos tiempos era una costumbre muy bonita que cuando uno salía de vacaciones enviaba una tarjeta postal a sus seres queridos y amistades, expresándoles tanto su buen recuerdo como mostrando los más hermosos sitios principales del lugar visitado, costumbre hoy en desuso, desafortunadamente.

Como antes no había restricciones para fumar, la oficina tenía varios ceniceros, unos de mesa y otros de piso -también llamados de torre-, muy decorativos, que tenían en la parte superior un disco que giraba al oprimirse una perilla colocada encima y se abría un espacio para que, al dar vueltas, cayeran las cenizas y las colillas de los cigarrillos a un recipiente, de tal manera que siempre estaba prácticamente limpio y fácil de vaciar.

Los libreros estaban siempre ordenados. Parecían de biblioteca. Mi abuelo tenía la Colección Austral, la Enciclopedia Espasa-Calpe Argentina, la Enciclopedia UTEHA (Unidad Tipográfica Editorial Hispano Americana) y la Enciclopedia México a través de los siglos. Le daba un aire de sobriedad a la oficina, pero no eran solo decorativos, pues mi abuelo, que era un lector empedernido, casi siempre tenía un libro en su escritorio, libro que, al cerrar la oficina, Lupita invariablemente volvía a colocar en su lugar.

Hay más que compartir con ustedes, y ya continuaremos la semana próxima en estas páginas de EL INFORMADOR, si Dios nos presta vida y licencia.

(Primera de dos partes)

lcampirano@yahoo.com
 

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