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Arnaldo Córdova y la ciencia política

Por: Alonso Solís

Arnaldo Córdova y la ciencia política

Arnaldo Córdova y la ciencia política

«No hay peor politólogo que el que sólo politólogos lee», escribe Víctor Hugo Martínez en Cómo leer, razonar y estudiar ciencia política (UACM, 2022). Este principio, ignorado por no pocos politólogos contemporáneos, fue puesto en práctica por el primer doctor en ciencia política egresado de una universidad mexicana: Arnaldo Córdova (1937-2014).

¿Jurista, politólogo, historiador? Crítico acérrimo de la unidisciplinariedad, Córdova fue inclasificable. Su fuerza intelectual residía en amalgamar una formidable cultura jurídica —era abogado por la Universidad Michoacana— con un dominio de los clásicos de la filosofía política occidental —perfeccionado durante sus estudios doctorales en la Universidad de Roma bajo la dirección del marxista Umberto Cerroni— y un profundo conocimiento de la historia de México —obra, en buena medida, de su autodidactismo—.

Su vida estuvo hondamente vinculada a Italia. Arnaldo daba las clases sobre la tradición italiana de pensamiento político en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la UNAM, me comenta Sergio Ortiz Leroux (uno de sus nietos intelectuales): desde Maquiavelo —el llamado padre de la ciencia política moderna— y los teóricos de las élites, hasta el marxismo italiano. Contrajo matrimonio, además, con una italiana, la prominente arqueóloga y filóloga clásica Paola Vianello (1939-2007). Su relación también fue intelectualmente fructífera: “creo que Arnaldo aprendió de ella la claridad de la retórica grecolatina”, escribió Hugo Gutiérrez Vega días después de la muerte del politólogo.

Arnaldo Córdova es, entre otras cosas, uno de los padres fundadores de la ciencia política en México. Ayudó a profesionalizar la disciplina, la cual se desarrolló tardíamente en nuestro país, gracias a sus más de tres décadas de docencia en la FCPyS, donde formó a muchos estudiosos, como Lorenzo Arrieta y Alberto Enríquez Perea. Otro alumno brillante fue José Fernández Santillán, quien, por sugerencia de Córdova, estudió en Italia a principios de los ochenta con un jurista y filósofo político, poco conocido en México, llamado Norberto Bobbio. Fernández traduciría para el Fondo de Cultura Económica varias de las principales obras del intelectual turinés, como El futuro de la democracia y Estado, gobierno y sociedad. “Con sus clases, Arnaldo me preparó para llegar a Bobbio; de otra manera, hubiera fracasado”, me comenta Fernández. En otras palabras, la recepción de Bobbio en México —y en América Latina, España y Portugal—, es, en parte, obra indirecta de Arnaldo Córdova.

Córdova ayudó a consolidar la disciplina no sólo desde las aulas de la UNAM, sino también gracias a obras como La formación del poder político en México (1972) o La ideología de la Revolución mexicana (1973), hoy clásicos de la ciencia política mexicana. En esos y otros trabajos, Córdova despliega una concepción amplia de la ciencia política, entendida no como investigación empírica de los comportamientos políticos, sino como conocimiento —filosófico, histórico, jurídico y científico— sobre el Estado y la política. Córdova enfatizaba que toda ciencia política adecuada debe ser histórica, pues “el problema fundamental de toda sociedad (…) es el poder que sobre ella se ejerce y la mantiene unida y (…) sólo hay un modo para estudiarlo y comprenderlo: recurriendo a la historia y encuadrándolo en ella” (“La historia, maestra de la política”).

La ciencia política mexicana contribuyó decisivamente a la modernización democrática e intelectual del país. Hoy, cuando la disciplina se ha vuelto, quizás, demasiado especializada, estrecha y endogámica, es cuando México más requiere estudios políticos imaginativos, vigorosos y relevantes, así como filósofos y científicos sociales que aspiren, no a “publicar para no perecer” (publish or perish), sino a contribuir a la comprensión de lo que Molina Enríquez llamaba Los grandes problemas nacionales. La ciencia política, a fin de cuentas, es una ciencia práctica y no teórica, como creía Aristóteles: su telos es la praxis política inteligente y creativa y la construcción de un Estado justo, estable y pacífico. Eso lo sabía bien Córdova, y por ello no veía contradicción sino continuidad entre su trabajo académico y su militancia política de izquierda.

Recobremos, pues, las raíces aristotélicas de la ciencia política y el espíritu de los fundadores de la ciencia social mexicana. Asumamos el principio de Víctor Hugo Martínez: quien solamente cultiva una disciplina, no puede ser fecundo (sobre todo en el campo de los estudios sociales, jurídicos y humanísticos) y busquemos inspiración en figuras como Arnaldo Córdova, hombre de acción, hombre de ideas. Nuestro país, la sociedad misma, lo ameritan. Es hora de reconocer que, con todo y sus limitaciones, en México existe una vigorosa tradición de pensamiento político.

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