Viernes, 26 de Abril 2024

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Aprender del árbol caído

Por: Diego Petersen

Aprender del árbol caído

Aprender del árbol caído

Una de las peores tragedias de nuestros gobiernos es que no aprenden. Y no aprenden porque, uno, todos los que llegan piensan que los de atrás eran unos ignorantes, por eso votaron por nosotros, para que no hagamos las tonterías de los que se van, y dos, porque cada uno mata las pulgas a su manera y a su antojo y no hay visión más allá del periodo en que se gobierna. Un ejemplo clarísimo de esto es el número de árboles caídos en cada temporal que suele suceder porque los anteriores no atendieron o porque los que llegan no entendieron.

De acuerdo con un reportaje publicado en estas páginas, en los últimos 10 años en Guadalajara se caen en promedio 500 árboles por temporal. Perdimos cinco mil árboles adultos en una década, son pocos respecto al número total, muchísimos si vemos que los que se caen son en su mayoría los más grandes, es decir que lo que perdemos en masa arbórea no se recupera plantando arbolitos o especies de tallas menores.

Los árboles citadinos tienen tres grandes enemigos: el muérdago, los hongos (principalmente el llamado ganoderma) y la infraestructura urbana. El muérdago, una planta parásita que cubre las copas de los árboles hasta ahogarlos, es el principal problema forestal de la ciudad. Uno de cada tres está infectado y la única solución que existe hasta ahora es la poda con los problemas que eso conlleva: la incapacidad de los ayuntamientos para dar mantenimiento y la histeria de los vecinos que, si ven a una camioneta podando un árbol, de inmediato desconfían, porque la historia les ha demostrado que las podas suelen tener segundos intereses, principalmente abrir campo visual a un anuncio espectacular a la fachada de un comercio.

En el fondo el problema es que no hay un seguimiento a la salud de los árboles en la ciudad. Los plantamos, si les va bien alguien les echa agua el primer año de vida 

El hongo ataca especies muy específicas, pero las daña justo en la base del tronco, lo que los hace candidatos a caer en el temporal. En algunos casos el hongo no es visible por lo que se hace complicado el diagnóstico para las autoridades. En el fondo el problema es que no hay un seguimiento a la salud de los árboles en la ciudad. Los plantamos, si les va bien alguien les echa agua el primer año de vida y luego quedan a merced de lo que pase.

Un problema muy similar sucede con la colocación de infraestructura. Cuando se otorga un permiso para abrir una calle o una banqueta para meter infraestructura nadie piensa en la afectación de los árboles ni supervisa, por ejemplo, que si por alguna razón hay que cortar raíces, se haga una poda similar de la copa para equilibrar el árbol, o que no se corte una raíz principal.

Detrás de cada árbol caído suele haber una historia de negligencia. Los árboles son los seres más débiles y desprotegidos de quienes habitamos la ciudad. Se ven siempre como sustituibles cuando no como un estorbo para el desarrollo. Eso sí, luego nos quejamos del calor, de la contaminación, de lo sombrío del paisaje.

(diego.petersen@informador.com.mx)
 

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