Sábado, 10 de Mayo 2025

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Álvaro Aragón: educar para la democracia

Por: Alonso Solís

Álvaro Aragón: educar para la democracia

Álvaro Aragón: educar para la democracia

Profesor e investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, autor de libros esclarecedores como Norberto Bobbio. Una teoría de la democracia (Editorial Ubijus, 2020) y discípulo del perspicaz —e injustamente infravalorado— teórico político Luis Salazar, quien a su vez fue discípulo del brillante filósofo y militante de izquierda Carlos Pereyra, el doctor Álvaro Aragón es un destacado politólogo mexicano, cuyo hondo compromiso democrático y fuerte influjo bobbiano no son sino fiel resultado de su envidiable progenie intelectual, una de las mejores que ha habido en nuestro país.

En “Educar para la democracia” (ensayo aparecido originalmente en el número 10 de la revista Folios del Instituto Electoral de Jalisco, y publicado después como un delgado volumen independiente), Aragón afirma que “la percepción que [en México] se tiene de la política se heredó de la Revolución, en la que lo propio de la política es vencer y derrotar, no dialogar ni negociar; donde la política es sinónimo de fuerza y privilegios, y no de ley y derechos.” Erradicar esta “percepción negativa de la política de amplios sectores de la sociedad”, junto con la cultura política “autoritaria, coercitiva, clientelar y corrupta”, fue uno de los mayores retos de la educación cívica en México durante los años de la transición democrática y los gobiernos emanados de ella. El desenlace, no hace falta decirlo, fue estrepitoso.

Según Aragón, nuestro déficit de cultura democrática se debió, entre otros factores, al papel de los sindicatos educativos: muchos de sus líderes se empeñaron más en preservar sus privilegios que en comprometerse con la calidad de la educación. Otra causa tiene que ver con la insuficiencia y superficialidad con que se impartieron en las escuelas secundarias materias como Formación cívica y ética e Historia. En ésta última, por ejemplo, se continuó exaltando la violencia, los sucesos bélicos y el nacionalismo tribal; mientras que aquélla “[n]o promovía la discusión o una actitud crítica hacia los procesos políticos y económicos”.

La educación —en el sentido más amplio de la palabra— contribuye a revertir las instituciones autoritarias y a cultivar prácticas y valores democráticos y liberales: la educación democratiza y la democracia educa, creía el filósofo pragmatista John Dewey. En todo ello está de acuerdo Aragón; sin embargo, nos advierte sabiamente: “la escuela por sí sola no puede desarrollar las habilidades y actitudes necesarias para generar una cultura democrática. Es decir, sería un error pensar que basta la educación escolar para hacer democrática una sociedad. (…) [S]e debe actuar en el mismo sentido en otros espacios como la familia, el trabajo, el vecindario, etcétera.” La democratización de la sociedad no sólo era tarea de las escuelas y universidades, o de los partidos y la clase política. Era tarea de todos los mexicanos: de las clases medias y populares, de los empresarios y los medios de comunicación, de los sectores culturales y las élites económicas, etcétera.

En estos tiempos de oscuridad, necesitamos una renovada fe democrática y una filosofía de la democracia más robusta, imaginativa y compleja que nos ayude a entender las limitaciones y errores de la transición y a vislumbrar nuevas vías para el cambio social y político en México. Nuestra mejor aliada en esa empresa será la pequeña pero vigorosa tradición intelectual democrática mexicana: recuperar y releer a teóricos como Bobbio, Pereyra, Salazar y Aragón, más que un ejercicio académico o intelectual, es hoy un verdadero acto cívico. Una de las lecciones que aprenderemos es que un pecado capital de nuestra transición fue haber concebido a la democracia primariamente como un sistema político, y no como una forma de vida social alimentada por la educación y la cultura.

Como bien dice Aragón: “educar para la democracia, esto es, educar en valores que son indispensables para generar un espacio común que posibilite la convivencia pacífica, el diálogo, el respeto y la tolerancia”, sigue siendo nuestra tarea por delante.

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