Con la fuerza política y legitimidad que le dieron 30 millones de votos y la virtual destrucción de la partidocracia tradicional, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) llegó al poder hacer un año ofreciendo un programa de Gobierno que ambiciona convertirse en la cuarta transformación de la historia del país. Sitúa su triunfo electoral, su Gobierno y su presidencia a la misma altura que la Independencia, la Reforma y la Revolución. Nada de eso se ha cumplido hasta ahora.Lo más relevante del triunfo de López Obrador es haber derrotado a la partidocracia tradicional, con el PRI, PAN y PRD a la chiquillada en la cola, que impusieron hace 30 años el neoliberalismo como proyecto político y económico para México, bajo la simulación de una supuesta transición a la democracia. En lugar de consolidar la democracia y resolver los problemas graves del país, la partidocracia tradicional entregó el país a las corporaciones privadas (nacionales y extranjeras) dando paso a uno de los periodos de saqueo de recursos y bienes comunes (agua, bosques, energéticos, minerales, playas, espacios públicos) más escandalosos de la historia nacional.Al mismo tiempo, condenaron a la clase trabajadora a condiciones de explotación más duras con la flexibilización laboral, la pérdida adquisitiva del salario y con el control y represión del sindicalismo charro. A los campesinos se les condenó prácticamente al exterminio; en tanto, a la clase media se le sometió por la vía del acceso al crédito y el consumo.El conjunto de todos estos atropellos promovidos bajo los gobiernos neoliberales generó un descontento generalizado que se expresó en las urnas el 1 de julio de 2018. Fue justo el hartazgo hacia la partidocracia corrupta y hacia las políticas neoliberales lo que dio un voto masivo hacia López Obrador.Pero terminado un año, los cambios promovidos por el Presidente son más superficiales que sustanciales. Si bien la corrupción pudo contenerse en la alta burocracia, no puede decirse que se haya eliminado.La entrega de subsidios hacia los más pobres a través de los distintos programas sociales es lo que López Obrador suele presumir como un cambio radical. Si bien las transferencias de rentas hacia adultos mayores, estudiantes, discapacitados, campesinos y otros sectores puede paliar las carencias en millones de hogares, está lejos de constituir una política contra la explotación y la desigualdad que impera en el país.A un año de asumir el mando, puede afirmarse que se han confirmado las contradicciones entre el discurso y la práctica en el ejercicio del poder en López Obrador. Un ejemplo es la administración de la guerra y la violencia organizada con política de militarización de la seguridad pública más radical que la de sus antecesores panistas y priistas.Pero es la oferta de terminar con el modelo neoliberal donde el discurso del Presidente muestra más fisuras. Lo ha dicho en todos sus informes y seguramente lo dirá el domingo: el neoliberalismo se acabó en México.En lugar de la extinción del neoliberalismo, lo que tenemos en el primer año de la Cuarta Transformación es un relanzamiento de este proyecto. Bastan ver los proyectos más ambiciosos de López Obrador, como el Tren Maya, refinerías, el Corredor Transístmico o el aeropuerto de Santa Lucia para confirmar que persisten los grandes megaproyectos que refuerzan el extractivismo, el despojo de tierras y desplazamiento de poblaciones, la imposición del trabajo asalariado y la visión colonialista de “llevar progreso y desarrollo” mediante la inversión de capital privado y público.Al mismo tiempo que ofrece un Gobierno para los pobres, los asesores económicos de López Obrador ofrecen hacer de México un paraíso para la inversión privada.Este parece ser el núcleo de las contradicciones del proyecto lopezobradorista: No puede ofrecer poner por delante a los pobres y pueblos indígenas si a la vez ofrece continuidad de las políticas radicales de libre mercado, despojo y explotación que impulsaron antes los gobiernos de la partidocracia tradicional.