Viernes, 19 de Abril 2024

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A la mitad del camino de nuestra vida

Por: Martín Casillas de Alba

A la mitad del camino de nuestra vida

A la mitad del camino de nuestra vida

A veces, con lo que leemos vamos estableciendo paralelismos, sobre todo si reconocemos alguna faceta de nuestra vida o algo que se parezca a nuestro rostro, ahora reflejado en el agua –como Narciso– para lograr identificarnos con la trama y entender mejor lo que somos y lo que hemos hecho si hacemos ciertas analogías como las que he hecho con Dante y su Divina Comedia.

La he disfrutado porque encontré un parecido increíble con la historia que cuenta desde el primer verso, cuando dice que estaba... “A la mitad del camino de nuestra vida” –y ahí mismo me detuve... “¿nuestra?”, me pregunté y por eso empecé a asociar que la mitad de su vida él tenía 35 años y a la mitad de la mía yo tenía 39 cuando a los dos nos cambió el curso de nuestra vida, pues tanto Dante Alighieri como su servidor sentimos que estábamos perdidos en la oscura selva antes de ver y atrevernos a subir esa montaña iluminada en la cima.

“¿Por qué no subes al deleitoso monte que es causa y principio de toda alegría?” –le preguntó Virgilio y encontré ese punto donde se cruzan las dos curvas en el tiempo de este ejercicio poético.

Como si fuera ayer, recuerdo haber estado perdido en la selva oscura de la ignorancia hasta que me asomé, como lo hizo el florentino, para ver esa montaña iluminada en la cima con la luz de la cultura y el conocimiento, como la que vi desde el primer día que asistí al taller del cuento de Augusto Monterroso para decidir escalarla, atraído por su cima iluminada, entusiasmado por descubrir nuevas facetas, como sucedió desde que empecé a subirla con el maestro Monterroso, y sus amigos Alí Chumacero, Eduardo Lizalde y Edmundo Flores, entre otros poetas y escritores que después también fueron míos.

Al principio me daba miedo la pendiente, aunque la empecé a subir como parte del periplo librando todos los obstáculos –entre el infierno y el purgatorio–, porque sabía de alguna manera que valía la pena intentarlo y tratar de llegar a la cima.

Decidí hacerlo, tal como le propuso Virgilio, en periplo y por ir a su lado, lo animaba a caminar en espiral ascendente. Monterroso fue el Virgilio con quien empecé a ascender haciendo camino al andar. Poco a poco me atreví, como Dante lo hizo cuando le pidió a Francesca da Rimini que le contara su historia, a preguntarles a ellos y a los libros para que me contaran las suyas o me guiaran para no perder de vista dónde estaba parado y lo que faltaba por subir.

“Yo solo me dispuse a sostener esa guerra, si era capaz de recorrer el camino sin miedo, para luego narrar lo que hubiera visto. No sabría explicar ahora cómo entré. De tal modo me dominaba el miedo cuando abandoné el camino... pero miré a lo alto y vi la cumbre, aureolada por los rayos del planeta”... y con las ansias de atrapar lo desconocido, subí lo más alto que pude aunque, a veces, me faltaba el aire o me ganaba el desánimo.

Vaya que si hice un periplo: de Ingeniería Química en el ITESO, a Matemáticas Aplicadas en Freiburg y, de ahí, a las computadoras en IBM, para que luego me dedicara a editar revistas y libros de literatura, hasta crear un periódico, dejarlo, y ponerme a escribir varios libros y novelas hasta que, en el nuevo milenio, leí la obra completa de Shakespeare con lo que he podido contemplar más de cerca la cima iluminada.

“Sólo me dispuse a sostener la lucha de cuerpo y alma...” y, como Dante, respiré hondo, me detuve un momento para disfrutar del paisaje y me puse a buscar a Beatriz con quien seguí caminando de la mano hasta llegar al Paraíso, para llegar ser quien soy y ver con claridad el camino recorrido para poder disfrutar lo que me falte por caminar.

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