Jueves, 28 de Marzo 2024

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* Jícama sin sal

Por: Jaime García Elías

* Jícama sin sal

* Jícama sin sal

 De la coronación anterior del Cruz Azul, hace casi 24 años –cuando muchos de sus actuales seguidores aún no nacían—, aún se saborea el lance culminante de la batalla decisiva: primero, la entrada brutal, alevosa, de Comizzo, portero del León, sobre Carlos Hermosillo, justamente sancionada con penalty; después, una vez que las asistencias médicas reacomodaron, como Dios les dio a entender, el alma en el cuerpo del grandote de Cerro Azul, la ejecución de la pena máxima, impecable, a cargo del propio Carlos.

El colofón de la historia cayó por su propio peso: ¡justicia inmanente…!

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Del partido del domingo pasado en el Estadio Azteca, que dio el cerrojazo al casi cuarto siglo de malaria que acompañó a los “Cementeros” desde el episodio evocado en el primer párrafo, quedará, por algunas horas todavía, el recuerdo del golazo con que Diego Valdez volvió a la vida a los “Guerreros” y obligó la pesadilla colectiva de la inminente enésima cruzazuleada de la historia… hasta que, media hora después –incluidos los 15 minutos del descanso reglamentario— Jonathan Rodríguez restableció el orden.
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Salvo el brevísimo lapso en que el Cruz Azul, en efecto, jugó como campeón, más la anécdota de que Chuy Corona tuvo que porfiar durante 18 años, doce de los cuales con su actual equipo, siempre a un altísimo nivel de rendimiento, para ganar, por fin,  una Liga; salvo esos detalles, decíamos, la Final, sin demeritar en absoluto la excelente campaña de los “Cementeros”, fue un fiasco.
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Había un par de antecedentes cercanos, de competencias primermundistas ambas: la Final de la Europa League, el miércoles pasado (victoria de Villarreal sobre Manchester United, 10-9, en series de penalties)…, y, por supuesto, la Final de la Champions League, el sábado, con victoria de Chelsea sobre Manchester City por 1-0.

Y aunque son odiosas, las comparaciones son, también, inevitables. En el caso, sin detrimento del funcionamiento de “La Máquina” durante toda la campaña –especialmente en el ciclo de las 12 victorias consecutivas que fue capaz de hilvanar— ni del liderazgo de Juan Reynoso, ni del peso específico de jugadores como Corona, Aguilar, Domínguez, Romo, el “Piojo” Alvarado, Jonathan Rodríguez y alguno más, independientemente de la alegría de haber roto el maleficio, el sabor que dejaron en el paladar los partidos de la Final, y particularmente la Final-Final, fue –perdón por la rima— de jícama sin sal.

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