Para efectos del espectáculo, el partido que disputaron Necaxa y Guadalajara, la noche del sábado en Aguascalientes, hizo méritos para aspirar a que se le considere, si no el mejor del campeonato, sí, sin duda, uno de los mejores en lo que va del mismo. Un partido con seis goles, pletórico de volteretas en el marcador, reñido e intenso en todo momento y con la incógnita acerca del desenlace vigente -literalmente- hasta el último segundo, vale como modelo; vale como ejemplo de por qué el futbol es el espectáculo predilecto de las mayorías en todo el mundo.*Lo de menos fue que el partido de referencia distara mucho de ser un recital de exquisiteces futbolísticas por parte de todos sus protagonistas…De hecho, es probable que en el balance del mismo prevalecieran los desaciertos, que fueron abundantes y morrocotudos, sobre las genialidades, que holgadamente podrían contarse con los dedos de una mano. De los primeros, los autogoles de Alvarado (0-1) y Pereira (1-1); el penalti cometido por el mismo Alvarado (1-2)… y, sobre todo, el que falló Sepúlveda -del género de los escandalosos y de la especie de los imperdonables- cuando pudo poner al marcador cifras de 3-1 favorables al Necaxa. De las segundas, las dos jugadas que terminaron con los goles de Brian Fernández; el que dio la primera voltereta al marcador (2-1), sobre todo, fue -valga la expresión- “un gol de otra Liga”: un gol digno de cualquiera de las mejores del mundo; un gol que gustoso firmaría el mismísimo Lionel Messi.*Si el Guadalajara se hubiera llevado a la bolsa el triunfo que parecía tener en la mano, sus simpatizantes hubieran tenido motivos para celebrar. Pero como no fue así, sigue quedando la sensación de que ese equipo está para ganar y perder, como sucede en los “volados”... pero no es la “aplanadora” que muchos creyeron adivinar por los resultados de sus tres primeras apariciones del certamen.*En cuanto al Atlas, su derrota del viernes, ante el Puebla, sobre todo porque el resultado reflejó fielmente lo sucedido en la cancha -incapacidad para ganar un partido que se estaba ganando-, sugiere que los rojinegros mantendrán su irregularidad acostumbrada; su consabida tendencia a ganar partidos que se daban por perdidos, y a perder otros que se daban por ganados; su añeja fidelidad al espejo diario de equipo “gitano”, pues.
